El régimen totalitario de Corea del Norte tiene una importante fuente de ingresos que, lamentablemente, destina mayormente a la compra y producción de armamentos.
El país, escena de grandes hambrunas en el pasado inmediato, permite la salida temporal de grupos de trabajadores a otros mercados, sobre todo, a China y Rusia. Los obreros pueden permanecer en esas naciones hasta tres años, durante los cuales deben remitir al régimen de Pionyang dos terceras partes de sus ingresos. El tercio restante es para el trabajador y su familia. Faltaría cuantificar los montos en divisas a fin de valorar de cuánto se trata, especialmente en la cruda realidad económica de Corea del Norte.
Conforme con un amplio reportaje del Washington Post, los salarios, aunque de todas formas modestos, son significativamente más cuantiosos en el exterior. Según los cálculos, las costureras y sus similares en la industria textil perciben en China $300 al mes. De estos modestos salarios deben enviar a la dictadura norcoreana $200, y los $100 restantes pertenecen al trabajador y su familia.
Las brigadas del hambre residen en sus respectivos destinos, en habitaciones modestas y contiguas, dentro de las fábricas, de manera que la seguridad pueda vigilarlas constantemente. Estos destacamentos son muy valiosos para el régimen totalitario de Pionyang, que proyecta rellenarse los bolsillos con $300 millones al año, en un país donde los gastos en armamento no guardan relación alguna con las pésimas condiciones de vida del pueblo.
El sombrío horizonte generado por la dictadura empeoró con las severas sanciones impuestas por la Organización de Naciones Unidas a raíz de los experimentos nucleares con que últimamente se festeja al autoritario Kim Jong-un, juvenil heredero de la dinastía gobernante. Las penalidades impuestas por los constantes quebrantos de las normas internacionales con los experimentos nucleares, al final recaen sobre el necesitado pueblo de Corea del Norte. No obstante, esa realidad no se constituye en freno para el exuberante estilo de vida de los cabecillas.
Las sanciones sucesivamente impuestas por la ONU parecen importar poco a China y Rusia, países con los cuales más se relaciona Kim Jong-un y a cuyas fábricas exporta su fuerza de trabajo ociosa. Otras naciones de menor perfil también continúan sus tratos con los norcoreanos. El aumento registrado en el comercio con todas estas naciones ha estimulado el apetito nuclear de los norcoreanos, que siguen acelerando su desarrollo atómico.
Los surcoreanos se mantienen atentos a lo que ocurre con sus hermanos del norte. Hasta hace poco funcionó el complejo industrial de Kaesong, donde industrias propiedad de empresas surcoreanas empleaban a trabajadores del norte. El experimento floreció con $120 millones anuales que se dirigían a las arcas de Corea del Norte. Tras la censura de la ONU contra Pionyang, Kaesong debió cerrar, aunque constituía un medio de obtener ingresos desde todo punto de vista mejor que el envío de trabajadores a China o Rusia.
Se han hecho estudios sobre el impacto negativo de las restricciones del intercambio en la economía norcoreana. Los más altos ingresos percibidos en Corea del Sur están motivando presiones en el norte y cada día hay mayores esperanzas de que algo positivo ocurra. No en vano trabajadores norcoreanos empleados en el sur retornan a sus hogares y los ahorros nutren sus posibilidades de emprender negocios privados. Ojalá así ocurra para el bien de toda la península.