Las instituciones, la economía y la sociedad de Venezuela continúan cayendo en trágica espiral, impulsadas por las corrientes cruzadas de designios dictatoriales, ineptitud gubernamental, corrupción generalizada, militarismo creciente, desdén por la voluntad popular, violencia delincuencial y ausencia de visión sobre el futuro. Es una receta para el desastre que, sin embargo, no parece hacer mella en la obcecada camarilla gobernante venezolana, y ha llegado al punto de convertirse en parte de la vida cotidiana de sus ciudadanos. ¿Hasta cuándo seguirá la caída y de qué forma podría producirse un cambio? Esta es la pregunta clave, pero no existe respuesta clara.
La expresión más visible del peculiar caos autoritario que aqueja a los venezolanos es la mezcla de desabastecimiento crónico y el surgimiento de una penosa “cultura” de colas para comprar cualquier cosa que esté disponible. A su alrededor, como reveló un reportaje que publicamos el 17 de julio, se exacerban la desesperación y la violencia, no solo vinculadas con ese ejercicio de frustración diaria, sino con su uso por los delincuentes para robar y hasta asesinar sin que nada lo impida.
Maduro, fiel a su estrategia de repartir culpas entre otros por sus propias aberraciones económicas y políticas, sigue hablando de una inexistente “guerra económica” macabramente orquestada por el “imperialismo” y el “capitalismo”. Es decir, mientras impone su turbia receta de “socialismo del siglo XXI” con las consecuencias que están a la vista, traslada a otros “ismos” la responsabilidad del desastre. Este absurdo lógico, sin embargo, es deliberado y lo utiliza para tratar de legitimar una escalada en la militarización del país, con consecuencias que pueden resultar aún peores.
Tras el cese de operaciones de varias empresas por falta de materias primas y el cierre de las cuentas para el pago de transacciones internacionales por parte del Citibank, el lunes 11 de julio Maduro puso a su ministro de Defensa, Vladimir Padrino López (un general), a cargo de un plan “contra la escasez”. Entre sus acciones está la militarización de varias actividades productivas, puertos, aduanas y cadenas de abastecimiento. Su único resultado, hasta ahora, ha sido mayor militarización del país, a la que posiblemente seguirá mayor corrupción en el seno de las estructuras castrenses: lo peor imaginable para los venezolanos, aunque pondrá mayores instrumentos de control en manos del régimen.
A la par de esta medida, el 10 de julio, el gobierno decidió reabrir con cuentagotas la frontera con Colombia, tras diez meses de mantenerla cerrada al comercio minorista como “defensa” frente a la “guerra económica”. Se trata de una válvula de escape para liberar presiones de la población desesperada, que nada resolverá en el fondo. Más bien, las decenas de miles de venezolanos cruzando al vecino país para comprar maíz, frijoles, arroz, papel higiénico y otros productos de primera necesidad, han sido testimonios adicionales del desastre económico del régimen, acelerado por la dramática caída en los precios del petróleo y reflejado también por una inflación que este año, según el Fondo Monetario Internacional, llegará al 720%, la más elevada del mundo.
Las espirales de parálisis productiva, empobrecimiento, corrupción, violencia y militarización tienen un origen común: un desbocado designio de autoritarismo y desdén por las normas democráticas, que cada vez se aproxima más a un golpe de Estado desde el poder contra lo poco que queda de independencia institucional, representada por una Asamblea Nacional.
En esta coyuntura, solo se han producido dos noticias medianamente positivas. Una es el anuncio de conversaciones entre el gobierno y la oposición con la intervención del Vaticano, las cuales, sin embargo, no despiertan mayores esperanzas de cambio. La otra es la validación el lunes, por parte del Consejo Nacional Electoral (dominado por el Ejecutivo), de las firmas necesarias para abrir el camino hacia un proceso revocatorio de Maduro; sin embargo, aún pueden producirse retrasos y subterfugios que lo paralicen.
En el horizonte, además, se perfila una posibilidad peor: el cierre del Legislativo. Este sería el paso final en la carrera dictatorial. Es algo que aún podría evitarse con una enérgica presión hemisférica, que se sume a la valiente oposición cívica interna. Hasta ahora, sin embargo, la tibieza, cercana a la complicidad, se ha mantenido como la norma interamericana. Y aunque las razones para despertar, denunciar, apoyar a la oposición y sancionar al régimen sobran, nada ocurre. Se trata, por desgracia, de un factor más en la espiral del desastre. Y cada vez la salida será más compleja y dolorosa.