En abril de este año, tras un convenio oficial-privado suscrito en marzo del 2014, echó a andar Costa Rica Open Future, una plataforma de asesoría, investigación, innovación, incubación y desarrollo científico-tecnológico impulsada por la empresa Telefónica Movistar, el Consejo Nacional de Rectores (Conare) y el Centro Nacional de Alta Tecnología (Cenat).
En junio fueron seleccionadas ocho propuestas orientadas a crear productos o solucionar problemas, las que se benefician de apoyo y acompañamiento durante seis meses. Sus impulsores, todos jóvenes, comenzaron a trabajar de inmediato, y ya se ven resultados de sus esfuerzos, como lo documentan dos recientes entregas de nuestra serie de reportajes “Ciencia hecha en Costa Rica”. El arranque y sus logros preliminares generan justificado entusiasmo.
Los dos proyectos de los que hemos dado cuenta están en su fase de creación de prototipos. Uno de ellos, denominado Back to Sense, se ha propuesto desarrollar un dispositivo que, mediante el uso de una bacteria sintética especializada, permita detectar con facilidad y bajo costo el virus del dengue en sus fases más tempranas. Cenobiot Natural es el nombre del segundo, que consiste en utilizar frutas ricas en antioxidantes cultivadas en el país, como el cas, para la fabricación de cremas desmaquilladoras y suplementos nutricionales. Las otras seis iniciativas cobijadas y apoyadas por esta alianza público-privada se relacionan con aplicaciones digitales, productos químicos e interpretación de imágenes.
Aunque ha venido a dar un gran impulso a la relación entre investigación, innovación, creación y producción, la plataforma Open Future no es la única de esta índole en el país. Existen otras más, entre ellas Parque Tec, Carao Ventures y GN Plus (esta del Grupo Nación). Sus modalidades de apoyo, organización, desarrollo y trabajo son distintas, pero en esencia procuran agilizar el tránsito desde las buenas ideas hasta su conversión y comercialización como productos y servicios. De este modo, contribuyen a impulsar un elemento central de una estrategia exitosa de desarrollo en el mundo contemporáneo: la generación de valor agregado a partir de conocimientos propios que puedan patentarse y desarrollarse.
El camino en tal sentido es complejo y tiene múltiples etapas. Una, esencial, es la formación de recursos humanos altamente calificados, tarea en la que hemos avanzado, pero que requiere de mayores recursos y, quizá más aún, mejor focalización en cuanto a las áreas críticas de concentración. Otra es la existencia de centros de investigación de naturaleza diversa, pero que no trabajen aisladamente; al contrario, deben vincularse entre sí y también con sectores públicos y privados para lograr el salto de los laboratorios o centros de informática hacia las empresas y las organizaciones. También aquí hemos tenido avances: Open Future es uno de los más recientes; el Centro Nacional de Ciencia y Tecnología de Alimentos de la Universidad de Costa Rica está entre los más antiguos y consolidados. Sin embargo, falta mucho por hacer para generar relaciones más fluidas y mutuamente beneficiosas entre instancias académicas y de investigación, el Estado y el sector productivo en general.
El acceso de los investigadores e innovadores a conocimientos y buenas prácticas empresariales, así como a capitales “ángeles” o semilla, es una de las últimas etapas del proceso, clave para la aplicación de las ideas y su conversión en productos o servicios que se puedan mercadear con éxito. Esta área, todavía débil, requiere mucho respaldo, por el limitado mercado de capitales de nuestro país, la reducida escala de la demanda local y las dificultades que ello presenta para generar volúmenes de producción suficientemente amplios. Cómo conectarse con fuentes de financiamiento y mercados externos resulta, por eso, un factor crítico.
A pesar de las complejidades del proceso, las barreras que aún no han sido superadas y la insuficiente experiencia acumulada, los avances obtenidos son muy promisorios. Sugieren –pero todavía no aseguran– que nos estamos acercando a la creación de un ecosistema más robusto de investigación, desarrollo, inversión y comercialización con base científica y tecnológica. La apuesta, sin duda, es a mediano y largo plazo, pero el presente indica que vale la pena apoyarla.