La seguridad aeroportuaria se ha visto vulnerada, en todo el planeta, por el terrorismo. En algunos casos, la sangre también ha corrido en las terminales aéreas como consecuencia del desequilibrio mental de sujetos con acceso a peligrosas armas. En Kuala Lumpur, la capital de Malasia, el aeropuerto fue escenario de una nueva modalidad de ataque: el asesinato político, distinto del acto de terror porque el objetivo no es causar miedo y desconfianza, sino eliminar al blanco escogido.
Kim Jong-nam, hermano de Kim Jong-un, dictador de Corea del Norte, murió el 13 de febrero luego de sufrir un extraño ataque en la terminal aérea. La policía local, con base en abundantes evidencias, atribuye el homicidio a los servicios de inteligencia de su país natal.
Las fotografías y videos obtenidos por los investigadores permitieron identificar a dos mujeres, ciudadanas de Indonesia y Vietnam, como las autoras materiales del asesinato, pero la Policía cree que fueron dirigidas por agentes de Corea del Norte que abordaron diversos vuelos pocos minutos después del homicidio. Las autoridades locales despacharon órdenes de presentación para un diplomático de alto rango de la embajada de Pionyang y un oficial de la aerolínea norcoreana.
Las dos mujeres, plenamente visibles en los videos del aeropuerto, abrazaron a la víctima durante pocos segundos y le untaron la cara con una sustancia. La acción fue veloz y las atacantes se esfumaron entre la muchedumbre de la sala de abordajes, aunque fueron capturadas poco después. La víctima, ya en el suelo y con voz muy débil, pidió auxilio y la transportaron a un hospital, adonde Kim Jong-nam arribó muerto.
Los exámenes del cuerpo y de las asesinas revelaron al mundo una realidad espeluznante. El arma homicida fue el agente nervioso XV, utilizado en la guerra química y clasificado por las Naciones Unidas como arma de destrucción masiva. Se trata del agente nervioso más potente y su contacto con la piel es letal, salvo una rápida limpieza de la zona afectada. Por eso, las detenidas corrieron a lavarse las manos después del atentado y, aun así, una de ellas fue presa del vómito mientras se le interrogaba.
La presencia del peligroso químico en uno de los más importantes aeropuertos de Asia y la ruta que siguió para llegar hasta allí revelan el grave riesgo al cual fueron sometidos miles de viajeros inocentes. Eso le da al homicidio de Kim Jong-nam una dimensión espeluznante.
El uso de tan potente y exótica arma, prohibida desde hace años, fortalece la hipótesis de un crimen de Estado. Corea del Norte niega toda responsabilidad, acusa de corrupción a la Policía de Malasia y exige la entrega del cadáver de Kim Jong-nam, en conflicto con su familia desde muy joven. El hermano del dictador se trasladó a China en el 2001 y formuló acusaciones severas contra el gobierno de su país, al que atribuyó un torpe manejo de la economía y planes de instaurar una monarquía.
Entre tanto, la tarea de recoger evidencias y fortalecer un pronunciamiento oficial prosigue en Malasia. Es urgente completarla para que, sobre la base de prueba irrefutable, la comunidad internacional actúe con firmeza ante el régimen norcoreano. Ninguna nación en el mundo debe mostrarse desinteresada. La seguridad de los aeropuertos y del traslado internacional de personas es una necesidad incuestionable, tanto como la proscripción de las armas químicas.
Pionyang, que acapara la atención internacional con sus constantes provocaciones balísticas, no debería dejar de llamarla con este asesinato de un solo hombre, perpetrado por medios que pusieron en peligro a miles de viajeros inocentes. Además, los analistas estiman que el uso de la sustancia prohibida es también una advertencia sobre las armas químicas en poder de Corea del Norte y la voluntad de utilizarlas.