El presidente François Hollande no utilizó una licencia poética ni incurrió en una exageración al afirmar que Francia está hoy en guerra contra el terrorismo.
Los sanguinarios atentados que el viernes en la noche conmovieron París y el mundo, la manera en que fueron planeados y las conexiones de sus organizadores y perpetradores, son motivo de sobra para sustentar la apreciación de Hollande. Más aún, justifican una respuesta a la altura del ataque, no solo para castigar a los instigadores y organizadores del llamado Estado Islámico (EI), sino para evitar que hechos similares, o aún peores, se repitan a corto plazo.
Simplemente, la humanidad no puede tolerar este tipo de agresiones, y todos los Gobiernos medianamente civilizados y todas las personas respetuosas de la vida debemos cerrar filas en su contra, sea mediante la acción, la prevención o la solidaridad, a la que nos sumamos desde estas páginas.
Sobrecoge y ofende los más elementales principios la manera tan insensible, brutal y gratuita con que los terroristas asesinaron a 129 personas inocentes, la mayoría jóvenes, por el simple hecho de vivir y pensar de manera distinta. Se trató de una verdadera carnicería, fríamente calculada –además de eficaz y brutalmente ejecutada– para golpear una ciudad y un país símbolos de la libertad, la cultura, la tolerancia y las prácticas republicanas, dar ímpetu a sus sectores políticos más extremistas y xenófobos, crear incertidumbre, demostrar fuerza y generar un terror generalizado en las sociedades europeas.
El uso indiscriminado y brutal de la violencia ha sido una constante del Estado Islámico desde que surgió en el 2013, como una extensión de Al Qaeda, de la que se separó muy pronto, para adquirir vida propia y, más aún, ejercer control territorial en amplias zonas de Irak y, sobre todo, Siria. Esto no solo les ha otorgado una base física para planear sus actos libremente; también los provee de capacidad para generar ingresos, sobre todo mediante la extracción y venta de petróleo en el mercado negro. Además, los convierte en un permanente foco de atracción de combatientes fanatizados desde distintas partes del mundo, incluida Francia y otros países europeos.
A lo anterior se añade un repertorio de actos que incluyen la decapitación de “infieles”, que pueden ir desde cooperantes occidentales cristianos hasta musulmanes chiitas (los del EI son sunitas); la destrucción de riquezas arqueológicas patrimonio de la humanidad; el sometimiento de las poblaciones conquistadas a las más oscurantistas normas del islamismo medieval; y la ejecución de atentados indiscriminados en varios países.
Todos estos factores, en medio del caos prevaleciente en Siria e Irak, han convertido a este grupo en la maquinaria terrorista más poderosa, eficaz y amenazante del mundo actual. Sus víctimas más numerosas han sido los propios musulmanes del Oriente Medio y el norte de África, pero su huella se extiende por una geografía cada vez más amplia, con una logística que sorprende por su capacidad de coordinación transnacional. En palabras de Hollande, los atentados del viernes fueron planeados en Siria, organizados en Bélgica y perpetrados en suelo francés, con cómplices también franceses.
Poco antes de los atentados de París, el EI había detonado bombas en Beirut, capital del Líbano, en barrios de población chiita, con un saldo de más de 40 muertos y 200 heridos. Además, el grupo se adjudicó la paternidad del derribo de un avión ruso de pasajeros, con 224 personas a bordo sobre la península del Sinaí, en Egipto, el 31 de octubre, versión que cada vez parece tener más asidero.
En tales condiciones, el calificativo de “guerra”, que sin duda crispa los ánimos y genera preocupación, tiene un alto grado de precisión. El gran desafío para los países que han sido o pueden ser blanco del terrorismo, y para todos los que creen en los valores humanistas, es gestar una respuesta robusta y letal contra las estructuras políticas y militares del Estado Islámico, pero con el mínimo de daños colaterales posibles. A la vez, es importante trabajar por modificar las condiciones sobre el terreno en Irak y, particularmente, Siria, como forma de combatir las causas del terrorismo.
La tarea por delante es enorme, pero indispensable. La humanidad no puede darse el lujo de estar en jaque constante por el fanatismo. Su amenaza no desaparecerá de inmediato, pero sí puede atenuarse drásticamente. Es un objetivo prioritario que no debe retrasarse.