Con su asistencia masiva a las urnas y la decisión reflejada en ellas, los holandeses enviaron el miércoles un mensaje tranquilizador para el resto de Europa y, también, el mundo. En esencia, frenaron el ímpetu de la agrupación xenófoba y antieuropeísta Partido de la Libertad (PL), encabezado por Geert Wilders, y reafirmaron su apuesta por opciones políticas muy diversas en sus posiciones, pero unidas en su respeto a los valores básicos de la convivencia democrática. A la vez, sin embargo, quedó en evidencia que el mensaje populista y excluyente mantiene un apoyo nada despreciable, y que su agenda ha logrado penetrar, incluso, la retórica de algunos partidos tradicionales.
El 82% de participación electoral fue el mayor en varias décadas, lo cual demuestra que, ante las amenazas que enfrentaban, los holandeses decidieron romper todo asomo de pasividad. Con casi la totalidad del escrutinio completo, el Partido Popular por la Libertad y la Democracia (PPLD), del primer ministro liberal de derecha Mark Rutte, encabezó las votaciones, con el 21,4% de los votos y 33 de los 150 escaños en el Parlamento. Lo siguió, a buena distancia, el PL, con 13% de apoyo y 20 escaños, muy cerca de los 19 obtenidos tanto por los democristianos como por los liberales de izquierda. Los grandes derrotados fueron los socialdemócratas, que pasaron de 38 a apenas 9 asientos. Aunque el partido de Wilders tendrá cinco diputados más, bajó en 4 con respecto a las elecciones del 2010, y quedó muy por debajo de las expectativas: durante varias semanas las encuestas lo colocaban a la cabeza.
La dispersión del electorado manifiesta en esta oportunidad, cuando más de 10 partidos llegarán al Parlamento, es típica del sistema holandés, dado su modelo de representación proporcional con una sola jurisdicción nacional, que dificulta el surgimiento de mayorías y obliga a las coaliciones. Esto es lo que ocurrirá nuevamente, con un gobierno que sin duda encabezará Rutte, y del que estará fuera el PL.
Tras la decisión de los votantes británicos de sacar a su país de la Unión Europea y la elección de Donald Trump en Estados Unidos, el mensaje de los holandeses es trascendental. Su importancia resulta aún mayor de cara a las próximas elecciones presidenciales en Francia, donde es casi un hecho que la candidata del también populista Frente Nacional, Marine Le Pen, llegará a la segunda vuelta, el 7 de mayo. Y en setiembre habrá elecciones legislativas en Alemania, donde ciertas corrientes ultraderechistas, aunque marginales, han venido ganando ímpetu.
A pesar de las facetas positivas del resultado, preocupa el porcentaje de votos obtenido por el PL, y también que parte de su mensaje identitario y receloso de los inmigrantes fuera adoptado tanto por el PPLD como por los democristianos holandeses. Esto quiere decir que el fermento en el que crece el populismo todavía tiene un importante grado de vigencia, incluso en uno de los países más progresistas de Europa, y que difícilmente desaparecerá a corto plazo. Lo que sí ha quedado en evidencia ahora es que el nacionalismo excluyente y eurofóbico no es incontenible, algo que ya se había puesto de manifiesto tres meses atrás en Austria, con la derrota del candidato presidencial ultraderechista Norbert Hofer por el ecologista Alexander Van der Bellen.
Holanda es un país sumamente abierto y liberal. Por ello, lo que ocurra en su territorio no puede tomarse como un termómetro preciso de Europa; pero sí es un buen augurio. Corresponderá ahora a los políticos responsables en el resto del continente trabajar con tesón, inteligencia, buenas iniciativas y un mensaje estimulante para combatir las causas del populismo y reconciliar a más votantes con los valores de la democracia, la libertad, la apertura y el progreso.