A tres semanas del inicio del curso escolar, el Ministerio de Educación Pública (MEP) está listo para extender el programa de Educación para la Sexualidad y Afectividad a todas las regiones de país. El plan piloto ensayado durante el segundo semestre del 2012 en once centros educativos alienta a los encargados. La principal duda consistía en la posible resistencia de un número significativo de padres de familia a permitir la participación de sus hijos, pero solo 31 de los 10.962 alumnos con posibilidad de matricularse en el plan piloto dejaron de aprovecharlo.
Las encuestas permitían vaticinar el resultado. El 77% de los entrevistados a mediados del 2012 por la firma Unimer para La Nación se manifestó de acuerdo o muy de acuerdo con los programas de educación sexual. Solo el 6% rechazó la idea y es de esperar que la cifra baje conforme los educadores logren vencer los prejuicios e inviten a los padres de familia a considerar los beneficios.
Siempre habrá oposición de una minoría de fuertes convicciones religiosas cuya participación en el programa no es obligatoria en virtud de un fallo de la Sala Constitucional que impidió al MEP exigir la matrícula y dejó la decisión en manos de los progenitores. El derecho de la minoría quedó a salvo, pero no podrá dictar el contenido de la educación a la mayoría preocupada por el embarazo adolescente y otros riesgos implícitos en la sexualidad.
El debate fue prolongado. Una y otra vez, las iniciativas del Ministerio fueron derrotadas hasta la definitiva confrontación del año pasado. El ministro de Educación, Leonardo Garnier, es acreedor de buena parte del mérito. Resta, sin embargo, incrementar la capacitación de los educadores para tratar temas tan delicados sin menoscabo del programa y su credibilidad.
La experiencia derivada de la prueba efectuada en once colegios el año pasado será valiosa para hacer correcciones y profundizar aciertos. El testimonio de los jóvenes participantes en el programa piloto es alentador. Un quinceañero de Santa Cruz celebró el cambio de las relaciones en su grupo de condiscípulos y, en particular, la erradicación de la costumbre de molestar a otros por su apariencia física.
En la misma línea, una colegial dijo haber aprendido a ser tolerante, no discriminar a los demás y cuidar la autoestima ajena. Según Gabriela Pastral, también de Santa Cruz, la participación de su colegio en el plan piloto fue un privilegio: “Los contenidos son interesantes y el programa nos ayuda. Los jóvenes debemos tener mucha información sobre este tema”.
El plan de estudios, como lo indica su título, va más allá de la educación sexual para enseñar a los colegiales los valores de la convivencia, la no discriminación, la autoestima y la aceptación de la diversidad. Pueden esperarse de él más frutos que el urgente aprendizaje de medios para evitar los riesgos de la sexualidad.
El reto del año lectivo que comienza es grande. Las experiencias recabadas mediante el plan piloto, pese a su incuestionable valor, no garantizan la perfección ni impedirán el surgimiento de inesperados problemas.
Pasar del experimento en once colegios a la extensión del programa por todo el país no es tarea fácil. La determinación de los impulsores de la iniciativa, la buena voluntad de los padres de familia, el interés de los alumnos y el compromiso de los educadores serán importantes factores de éxito.
El plan piloto permite un pronóstico optimista. Aunque el Ministerio nunca les exigió tal esfuerzo, hubo educadores dispuestos a visitar las casas de familias con dudas sobre la participación de sus hijos. En otros hogares, fueron los propios alumnos los encargados de explicar a los progenitores la importancia del programa y, como lo revelaron las encuestas, los padres estaban dispuestos a escuchar. El 2013 será un año importante para la consolidación de un logro esperado durante mucho tiempo.