Al tomar posesión de su cargo, el pasado jueves 14, Jimmy Morales, nuevo presidente de Guatemala, dibujó un panorama sombrío, pero a la vez certero, de la situación política, económica y social que padece el país. Su realismo en el diagnóstico es un excelente punto de partida: reconocer es una base indispensable para hacer, y la tarea por delante tiene enorme dimensión.
“Estoy consciente de que recibo un Gobierno con fuertes signos de agotamiento –dijo en la segunda parte de su discurso–, un Gobierno desfinanciado, endeudado, con crisis en las finanzas públicas, un pueblo con una moral tributaria por los suelos, un sistema de salud colapsado”, una institucionalidad “con deficientes mecanismos de transparencia y rendición de cuentas”, en un contexto de “alarmante conflictividad social, con una informalidad económica del 65%, con una infiltración de estructuras criminales a todo nivel (…) y con una sociedad que no cree en la política ni en los políticos tradicionales”.
Como reverso inspirador ante tan profundos retos, el presidente Morales, quien se inclina por la moderación política, destacó el renacer cívico que ha recorrido la geografía guatemalteca durante los últimos meses; celebró la recomposición de instituciones fundamentales, en particular el Ministerio Público, espolón de proa en la lucha contra la corrupción; asumió un compromiso total con la honestidad en el manejo de los asuntos públicos; se comprometió a defender lo que han logrado “y no dar un paso atrás”, y pidió tanto paciencia como cooperación y responsabilidad a su pueblo.
Todas esas cualidades serán sumamente necesarias en el futuro que se abre. Sin embargo, no bastará con el clima de esperanza actual, que se podría trocar en frustración; tampoco, con las buenas intenciones y los compromisos personales. Más importantes aún serán la precisión de miras del nuevo gobierno, la calidad de su equipo, su trabajo tesonero y sistemático, las prioridades claras, los planes bien elaborados y un despliegue de habilidades políticas y administrativas que permitan forjar los acuerdos para afrontar los múltiples ejes del desarrollo y avanzar hacia un país más moderno, incluyente, próspero y estable.
Morales ha formado un grupo ministerial sólido, con personas experimentadas tanto en la vida pública como en el sector privado, lo cual constituye un buen punto de partida y servirá para compensar su inexperiencia. Además, llega con un capital político muy sólido (un 67% de apoyo en la segunda vuelta), una situación macroeconómica que, sin ser excepcional, es estable, gran respaldo de la comunidad internacional y un entorno de “unidad nacional” que todavía se mantiene alrededor de las aspiraciones de transparencia, honestidad y rendición de cuentas, elementos clave de su mensaje electoral.
Para potenciar estos factores, deberá superar dos desafíos inmediatos, de los que dependerá en mucho su labor futura.
El primero es un Congreso en extremo fragmentado, con 13 partidos de alguna significación, en el que el suyo, Frente de Convergencia Nacional, es la cuarta minoría. Conducir negociaciones políticas fructíferas en este entorno será en extremo difícil, y probablemente genere acuerdos que, por decir lo menos, serán muy imperfectos.
A lo anterior se añade la fragmentación de la propia sociedad y la existencia de poderosos grupos de interés –desde las Fuerzas Armadas hasta el alto empresariado y sectores gremiales– que, pasada la euforia de la rebelión ciudadana, que impulsaron o toleraron, muy probablemente se dediquen a proteger e impulsar sus intereses. Cómo estructurar alianzas sectoriales que neutralicen los obstáculos para avanzar en temas tan importantes como una reforma tributaria, será otro reto que pondrá a prueba al gobierno y a la sociedad como un todo.
Los factores son heterogéneos: de un lado, problemas de gran magnitud y desafíos en el ejercicio de la gobernabilidad; de otro, una democracia recargada, grandes expectativas y voluntad de una ciudadanía activa, un presidente con amplio respaldo y un mensaje de sobria esperanza. Es decir, las señales de un hacer positivo superan, al menos por ahora, los riesgos de parálisis y frustración. Aquí residen la gran esperanza y las grandes posibilidades de un país hermano, al que debemos apoyar en todo lo posible.