El sábado 16 de setiembre, en Siria, aviones de Estados Unidos bombardearon un comando identificado como perteneciente al Ejército Islámico (EI). Poco después corrieron noticias de que el blanco del bombardeo fue una posición del Ejército sirio. Los aviones cesaron el ataque minutos después, cuando recibieron contraorden de su base.
El ataque produjo la muerte de 62 oficiales sirios y dejó más de cien heridos. El gravísimo error convirtió a Washington en centro de un embrollo de grandes proporciones, sobre todo porque la acción militar puso fin a una tregua pactada pocos días antes por el secretario de Estado, John Kerry, y su contraparte rusa, Serguéi Lavrov.
Moscú no tardó en apuntar el dedo contra Estados Unidos. El presidente Barack Obama anunció haber enviado una nota de pésame y altos funcionarios de la Casa Blanca reiteraron el deseo de restablecer la tregua durante siete días para lanzar ataques conjuntos con Rusia contra posiciones del EI. Ya era demasiado tarde.
El conflicto en Siria ha producido infinidad de pugnas dentro y fuera de la administración estadounidense, que lucha por diseñar una política coherente y el garrafal error del sábado se trajo por tierra un tímido avance de la diplomacia norteamericana.
El debate se torna más intenso por la larga cadena de noticias sobre la cruenta pugna entre civiles, múltiples agrupaciones insurgentes y el gobierno de Bashar el Asad, apoyado por las fuerzas rusas.
La tregua alentó esperanzas de aliviar la crisis humanitaria cuya ciudad emblema es Alepo, una urbe castigada hasta la saciedad, con miles de víctimas inocentes de todas las edades. El breve cese de hostilidades debía permitir el envío de ayuda a los sitios donde se ha tornado indispensable, pero el lunes un convoy de camiones despachado con esos fines fue atacado antes de llegar a Alepo. Los estadounidenses culpan a Rusia de destruir los vehículos de asistencia enviados por la Organización de Naciones Unidas, pero Moscú niega el cargo.
Los antagonismos entre las dos potencias tienen como trasfondo el destino de la dinastía actualmente representada por Asad. Sin acuerdo sobre ese punto, es difícil pensar en restablecer un mínimo de orden interno que conduzca a la reconstrucción de un Estado nacional.
Por eso hay poca esperanza de que las nuevas propuestas de Kerry tengan éxito a corto plazo. El secretario de Estado llamó a impedir el despegue de aviones militares en zonas clave de Siria, en especial donde hay necesidad de recibir ayuda humanitaria.
Así se evitarían errores, provocaciones y ataques contrarios a la tregua convenida, pero el éxito de la iniciativa depende de la respuesta de Moscú, porque poco podrían hacer los estadounidenses para imponer una exclusión de vuelos sin arriesgar una peligrosa confrontación con los rusos.
Rusia, sin embargo, no parece dispuesta a renunciar a ninguna oportunidad de fortalecer a Asad, ayudándole a recuperar terreno. Si la tregua no cumple esas condiciones, difícilmente será intentada de nuevo.
Estados Unidos insiste en lograr el restablecimiento del débil acuerdo a falta de otras opciones. Esa es la realidad y también la explicación de la confianza demostrada por el régimen de Asad y sus aliados rusos.
El resto del mundo no puede contemplar impasible las consecuencias del empate en Siria. La crisis humanitaria ya alcanza dimensiones históricas. Es necesario incrementar la presión internacional sobre Moscú, cuyos aliados sirios no han dejado de emplear los más horrendos métodos para conservar el poder.