Tras una ausencia de varios días, el presidente José María Figueres regresó el sábado al país. Este viaje ha sido el segundo más largo que ha realizado hasta el momento y tuvo características múltiples: ceremoniales, al participar en las celebraciones del cincuentenario de Naciones Unidas, en Nueva York; de cabildeo, por su intempestiva visita a Washington, para hablar con senadores y representantes; deliberativas y de análisis, durante su presencia en la Universidad de Harvard y, especialmente, por la reunión de mandatarios centroamericanos con el economista Michael Porter, y promocionales, al inaugurar una planta de capital costarricense en Puerto Rico, donde también realizó gestiones para estrechar las relaciones entre ambos estados.
La presencia en la ONU era un deber; las reuniones en Harvard, convenientes ejercicios; la inauguración en Puerto Rico, una buena forma de reforzar la presencia costarricense en ese importante mercado. En todas esas dimensiones el viaje es justificado. La gran duda sobre las actividades presidenciales en esta gira surge al valorar su súbita visita a Washington, para involucrarse en tareas de cabildeo legislativo de dudosos resultados e inconveniente significado.
Es digna de elogio la preocupación de Figueres por el proyecto de enmienda del senador y aspirante presidencial republicano Robert Dole, que pretende eliminar a Costa Rica y Colombia de los beneficios de la Iniciativa de la Cuenca del Caribe y el Sistema Generalizado de Preferencias, que otorga unilateralmente el Gobierno de Estados Unidos. El origen de esta enmienda es que los gobiernos costarricense y colombiano aceptaron un esquema de cuotas bananeras de la Unión Europea que la empresa frutera norteamericana Chiquita Brands aduce que le perjudica.
Para neutralizar la iniciativa de Dole, tanto nuestro país como Colombia están desarrollando una estrategia de gestiones oficiales en Washington y otras capitales. Ante la gravedad que tendría una eventual desaparición de los beneficios comentados, puede argumentarse que cualquier gestión, incluida la súbita visita presidencial a Washington, debe ser bienvenida. Sin embargo, no es así.
Un Presidente no es la persona llamada a realizar un tipo de cabildeo que, por el nivel de los senadores, representantes y otros funcionarios visitados, debería estar a cargo de otro tipo de representantes nacionales. La acción directa del mandatario no debe ser -como ocurrió en este caso- una gestión más, sino el último recurso, que debe ponerse en acción cuando los otros hayan fallado, y ante las opciones de más alto rango. Pero ocurre, precisamente, que aún las instancias de negociaciones y gestiones son muchas (y también otros han avanzado bastante en ellas), por lo cual la participación de Figueres fue prematura, además de poco planeada. ¿Por qué no esperar primero los resultados de las actividades del ministro de Comercio Exterior, José Rossi; de nuestra embajadora, Sonia Picado, y del canciller Fernando Naranjo? ¿Por qué no valorar una acción más coordinada con los colombianos, cuyo peso específico -dada la importancia económica de su país- puede ser mucho más grande que el nuestro en estos casos? ¿Por qué, en fin, no tener una actitud más serena que evite riesgos de desaires como el del senador Dole, quien no recibió a nuestro Presidente?
Sentimos que a ninguna de estas interrogantes se le dio adecuada consideración. Como estamos ante hechos consumados, lo que debería hacerse en el futuro es tener un mayor sentido estratégico, una dirección negociadora con más visión y una noción más realista del papel que corresponde a cada instancia gubernamental en las gestiones diplomáticas y comerciales.