Las redes sociales llegaron para quedarse y crecer con la propagación de la tecnología digital. Se integran al estilo de vida de las nuevas generaciones con toda naturalidad y llenan espacios antes dedicados a otros tipos de interacción. Existen, también, serios peligros identificados en todo el mundo, en ocasiones con efectos trágicos.
Combatir el fenómeno no solo es inútil, sino también contraproducente. Lo importante es educar para maximizar los beneficios, minimizar los riesgos y enseñar a los jóvenes las mejores prácticas, aptas para ponerlos a salvo de la delincuencia cibernética. Los peligros en línea son tantos como los artículos del Código Penal dedicados a reprimirlos. La estafa, corrupción de menores y difamación están entre los más usuales.
¿Quién no ha recibido el anuncio de la muerte de un general africano en Londres, cuyos herederos no saben cómo recuperar la fortuna sin el número de cuenta bancaria del destinatario del correo? De la explotación sexual apenas hace falta citar ejemplos. Pero hay otros riesgos, más difíciles de encuadrar en los tipos penales, porque sus participantes, a menudo inmaduros e incapaces de reconocer el peligro, se exponen a ellos de manera voluntaria y sin transgredir el ordenamiento jurídico.
Fotos y datos inocentes, o quizá no tanto, pero publicadas dentro de los límites legales, se incorporan por millones a redes sociales como Facebook, donde la delincuencia encuentra un menú de víctimas en condición vulnerable. El Estado conserva la potestad de reprimir el delito, pero para entonces es demasiado tarde. Es necesario prevenir, y la única forma de lograrlo es la educación.
Como en tantos otros casos, la educación sobre el manejo de las redes sociales comienza por casa. La vigilancia y el consejo paterno son indispensables. Sin embargo, la brecha digital entre generaciones limita la capacidad de supervisión, y muchos padres se ven limitados a advertir a sus hijos a partir de informaciones recabadas en la conversación o en otros medios de comunicación.
Es importante hacer un esfuerzo por brindarles los conocimientos necesarios para mejorar la supervisión y el consejo, pero la principal línea de defensa contra los abusos es la formación de los jóvenes mismos.
Por eso es encomiable la intención del Ministerio de Educación Pública de incorporar al programa de Educación para la Afectividad y Sexualidad un elenco de temas dirigidos a reforzar la autoestima. Ojalá los riesgos de las redes sociales e Internet en su conjunto, también encuentren espacio en el plan de estudios.
El país ya está rezagado en esta materia. En 11 años, los hogares provistos de computadoras pasaron del 15% al 46% y el acceso a Internet crece a un ritmo apreciable. Los cafés Internet y otras oportunidades para consultar la red, dichosamente se amplían. El progreso no ha ido de la mano con iniciativas aptas para señalar los riesgos y enseñar a prevenirlos.
Este año, el Patronato Nacional de la Infancia (PANI) pidió investigar ocho perfiles de Facebook cuyos administradores difunden fotos de menores de edad. El PANI describe las imágenes como “inconvenientes”. En algunas, las colegialas aparecen en vestido de baño, ropa íntima y poses sugerentes. En otras, la edición de las fotografías destaca los rasgos anatómicos más llamativos. Los comentarios de quienes visitan las páginas son, a menudo, denigrantes. Al menos uno de esos sitios, titulado Colegialasticas, conservó los nexos (links) con los perfiles personales de las jóvenes. En consecuencia, cualquier interesado puede, sin mayor esfuerzo, contactarlas.
El riesgo es evidente. El Ministerio Público duda sobre las posibilidades de éxito de una acción penal contra los autores de Colegialasticas, porque el contenido no es pornográfico y, al parecer, las fotos fueron publicadas con consentimiento de sus protagonistas. Es un perfecto ejemplo del valor de la formación allí donde la represión no es ni posible ni deseable.