Su reglamento interior está hecho para entorpecerLa reciente discusión sobre el proyecto de reformas al régimen de pensiones del Magisterio Nacional le permitió al país observar una de las deficiencias de nuestro sistema legislativo: la posibilidad de entorpecerlo.
El diputado Rodrigo Gutiérrez (Fuerza Democrática) no inventó este artificio, al presentar casi un centenar de mociones. Solo puso en práctica las oportunidades que le brindaba el reglamento interior que, además, le permitía hablar durante 15 minutos sobre cada moción. Si así hubiera procedido y si otros diputados lo hubieran secundado, bien habrían regresado los educadores a las aulas y el proyecto estaría en trámite. Recordemos que este recurso fue utilizado también en otras ocasiones.
Como este, existen otros medios para detener la tramitación de los proyectos de ley o para que los partidos minoritarios o la oposición obstaculicen la labor del Gobierno. ?Por qué ocurre esto? Porque el reglamento interior de nuestra Asamblea fue concebido para que esta no funcione adecuadamente. Vemos así que, además de la falla reglamentaria comentada, todo proyecto de ley que ingrese en el caudal legislativo debe hacer cola, no importa su importancia o necesidad, de donde solo puede pasar a los primeros lugares si cuenta con el aval de la oposición. Tal facultad le confiere a esta prácticamente un poder de veto. Esto explica por qué las negociaciones sobre la formación de la agenda legislativa han constituido verdaderos pugilatos políticos, que les abren las puertas a toda clase de intereses.
Estas y muchas otras grietas de nuestro sistema legislativo, como la tediosa lectura en el plenario de los informes de comisiones, la facultad --para todos los diputados-- de hablar antes de la aprobación final de un proyecto y, en general, la imposibilidad de trazar una diferencia entre lo esencial y lo accesorio, ha deteriorado la labor parlamentaria y hasta afectado el prestigio de los diputados. Lo extraño es que, teniendo estos la solución en sus manos, no la pongan en práctica o que, conscientes de esta severa anomalía, según manifestaciones públicas, que compromete la eficacia de nuestro sistema democrático, no pongan manos a la obra.
Nuestra realidad legislativa, producto de un reglamento anacrónico y egoísta, podría engrosar la doctrina de la ingobernabilidad. Resulta en extremo difícil gobernar, legislar y ejercer un control político adecuado en estas condiciones. Sorprende, por ello, que, siendo el parlamento costarricense uno de los que más trabajan en el mundo, por el número de sesiones de comisión y días consagrados a la Asamblea Legislativa, su productividad, en punto a proyectos importantes para el país, sea tan escasa. Se intenta colmar esta ineficiencia con una maratónica antes de los recesos, pero esta no es la solución. Por el contrario, esta aceleración al final, en la que frecuentemente la cantidad abruma a la calidad, denota las fallas del sistema. El remedio se encuentra en la reforma radical del reglamento, es decir, en una nueva visión de la labor legislativa y del papel de los partidos políticos en una democracia moderna. Nuestra democracia posee sobradas credenciales como para sufrir estas desventuras, que conspiran contra nuestro desarrollo.