Un año más, Costa Rica celebra la Navidad en paz, sin las turbaciones políticas y sociales de países vecinos y de tantos otros en diversas partes del planeta. Las estridencias de nuestra política, no importa cuán desafortunadas, no alcanzan a turbar la tranquilidad del país en la Nochebuena. Ojalá así sea siempre.
Sin embargo, la bendición de vivir en paz no debe cegarnos ante la realidad de preocupantes fenómenos sociales que arrebatan ese privilegio a numerosos conciudadanos. En estas fechas, cuando celebramos la vida y el respeto a la dignidad humana, también aumentan la violencia doméstica y el comportamiento agresivo en los espacios públicos. El exceso de alcohol causa tragedias en las carreteras y no en todos los hogares se manifiestan los sentimientos de amor y solidaridad que invaden a la mayoría de la población en estas fechas.
Año con año, los hospitales informan del innecesario internamiento de ancianos para disfrutar las vacaciones sin las limitaciones impuestas por el deber de cuidarlos. Las mujeres y los niños están entre las personas más expuestas al maltrato y las estadísticas así lo confirman, también, año con año. Otro tanto puede decirse de los accidentes viales y sus largas estelas de sufrimiento.
Si bien la mayoría de las familias costarricenses festeja estas fechas como corresponde, no podemos dejar de desearle al país un retroceso de la cultura de la violencia. Conviene celebrar los esfuerzos hechos este año y en los recién pasados para erradicar las manifestaciones del fenómeno, pero falta mucho camino por andar.
Hay importantes iniciativas, públicas y privadas, para combatir la violencia en el seno de las familias, en la calle, en las instituciones educativas y en los centros de trabajo, pero las estadísticas, especialmente en épocas festivas, se encargan de confrontarnos con la realidad y las limitaciones de los esfuerzos desplegados.
La paradoja del florecimiento de la violencia en épocas dedicadas a la reflexión, la convivencia y el crecimiento espiritual es particularmente ofensiva. Así como ocurre durante las festividades de fin de año, sucede en Semana Santa. La celebración de la Navidad exige respeto a la vida, la solidaridad y la dignidad de todas las personas sin excepción. No hay otra manera de ser fiel al sentido de la fecha.
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Vivimos, también, la paradoja de un país amante de la paz, que lo demuestra de diversas maneras, todas ellas motivo de orgullo nacional, pero no logra desterrar el abuso homicida de las calles ni la agresión, demasiadas veces extrema, de las casas. La nuestra es una democracia desarmada donde la portación de armas es cada vez más usual.
Con realismo, debemos admitir que este año el recuento de muertos y heridos en el curso de las festividades será, una vez más, motivo de alarma y tristeza. Las autoridades lo tienen previsto, como todos los años. Para estas fechas, como sucede cuando se aproxima la Semana Santa, la Cruz Roja refuerza el número de rescatistas y la Fuerza Pública pone en práctica complejos planes de prevención. Las líneas abiertas para denunciar la violencia doméstica permanecen en particular estado de alerta, como también el Cuerpo de Bomberos.
La violencia está prevista. Esta Nochebuena es una estupenda oportunidad para reflexionar sobre las razones de ser de un fenómeno tan persistente y dañino. El momento también es adecuado para pedir se les conceda a todos nuestros conciudadanos una y muchas noches de paz, sin el dolor causado cada año por la violencia.