Cuando se plantó frente a los diputados y dijo, sin ambigüedades, que las medidas propuestas para evitar una crisis a corto plazo son insuficientes en relación con la totalidad del problema fiscal, la ministra de Hacienda, Rocío Aguilar, demostró una fina comprensión de las exigencias del momento.
No habrá avance mientras prevalezca la desconfianza. La venta de ilusiones y otras tomaduras de pelo solo servirán para profundizarla. Es hora de hablar claro, asumir responsabilidades, reconocer limitaciones y señalar el camino sin disimular las inevitables dificultades y sacrificios.
“Con un ajuste ordenado, todos vamos a sufrir algo, pero viendo la luz al final del túnel. Sin un ajuste ordenado, todos vamos a sufrir mucho”, dijo la ministra con inusual franqueza. La Asamblea Legislativa y un nutrido grupo de formadores de opinión le correspondieron con su apoyo. Los diputados aprobaron el ajuste a la vía rápida con abrumadora mayoría de 52 votos y el leitmotiv de los comentaristas económicos es la reiteración, con diversos matices, de lo dicho por la funcionaria: las medidas anunciadas son “un buen esfuerzo” (o “un paso en la dirección correcta”, o “merecedoras de reconocimiento”, etc.) pero insuficientes.
Otro gallo cantaría si la ministra se hubiera presentado sin propuestas concretas y con el pesado bagaje de incumplimientos, ambigüedades, verdades a medias y completas faltas a la verdad, características de la administración anterior. Era impensable aprobar nuevos ingresos para un gobierno capaz de exorbitar los presupuestos públicos después de haber ofrecido enseñarnos a “gastar bien” para renunciar, con fines electorales, a la tramitación de nuevos tributos durante la primera mitad del mandato.
Fue un gobierno que un día prometía reformar el empleo público y otro día afirmaba la inutilidad de hacerlo porque los frutos se verían en un futuro distante, aunque todos sabemos, como lo demostró la ministra Aguilar, que sí hay medidas de ahorro inmediato y las de largo plazo surten efecto más rápido si comienzan a aplicarse hoy.
La crisis fiscal de la administración anterior se transformó en algo más profundo: una crisis de confianza. Así cayó el país en una discusión circular, sin fin ni sentido. La oposición exigía un profundo recorte de gastos antes de aprobar nuevos ingresos y rechazaba toda promesa del gobierno sobre moderación del gasto. La administración insistía en aumentar los ingresos y ofrecía reformar el gasto sin propuestas concretas ni visos de sinceridad. Los opositores no estaban dispuestos a dar el primer paso por temor a hacer concesiones sin recibir nada a cambio.
La administración Solís entregó el poder con una grave crisis en ciernes, apenas contenida por el endeudamiento y otros disimulos, pese a la mejora de la recaudación. Al final, tuvo dificultades para pagar salarios y aguinaldos. El propio presidente confesó la existencia de una crisis de liquidez. Con ese legado financiero, también transfirió una herencia de desconfianza.
La dinámica desarrollada a lo largo del gobierno anterior continuó hasta la visita de la ministra al Congreso, un verdadero punto de inflexión. La funcionaria logró que le creyeran. Si conserva esa confianza, su gestión podría ser de las más importantes en la historia reciente. Para lograrlo, el gobierno debe cumplir la promesa de impulsar reformas de fondo luego de sortear los peligros iniciales de su mandato. Pero no hay margen. Si incumple, la desconfianza volverá de golpe, con efectos paralizadores.
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El presidente Carlos Alvarado lo tiene claro: “Hay una necesidad ciudadana de confiar y en el gobierno hemos entendido que debemos dar señales claves para construir la confianza de la gente”. Pero también está la confianza de los organismos internacionales. Del 12 al 15 de junio, representantes del Fondo Monetario Internacional se reunieron con la coordinadora económica Edna Camacho; la ministra Aguilar; el presidente del Banco Central, Olivier Castro; y diputados a la Asamblea Legislativa. Dicho organismo, en su declaración final, urgió la aprobación de la reforma fiscal y advirtió de que es insuficiente para resolver el problema.