La administración del presidente Bill Clinton obtuvo un indiscutible triunfo diplomático con el acuerdo para la paz de Bosnia anunciado el martes último. Dicho convenio, logrado tras complejas y difíciles negociaciones entre los presidentes de Bosnia, Croacia y Serbia, habría sido inimaginable sin el involucramiento directo de Estados Unidos. La influencia norteamericana pesó decisivamente en la inédita serie de conversaciones realizada en una base militar de Ohio. Y, sin duda, la mediación y tenacidad de Washington constituyeron el factor determinante del histórico pacto.
Sin embargo, no es dable minimizar la ardua tarea y el largo trecho que aún aguardan para alcanzar una paz duradera. Las hostilidades endémicas que convirtieron a los Balcanes en una zona de violencia incontenible siguen vigentes, intensificadas por las atrocidades perpetradas en los últimos cuatro años. Esta ha sido una guerra cuyo saldo trágico en muertos y refugiados testimonia los extremos de crueldad a los que todavía hoy puede llegar el ser humano. Y superar los odios y el revanchismo imperantes se erige como el principal desafío del trato concretado en Ohio.
Desafortunadamente, no es sino hasta ahora que se produce un esfuerzo internacional efectivo para poner fin al conflicto o, al menos, frenar la carnicería humana desatada por los agresores serbios. Desde el inicio de la lucha armada, los países europeos miembros de la OTAN demostraron poca voluntad de actuación. Por razones de vecindad geográfica y de implicaciones estratégicas, detener la guerra en Bosnia era responsabilidad primaria de las potencias del oeste europeo. Sin embargo, su indiferencia ante la gravedad de los hechos más bien alentó la espiral de barbarie, incrementada también por el pobre desempeño de la ONU. Y, por desgracia, la intervención norteamericana debió esperar hasta que, en un año electoral, finalmente la Casa Blanca asumiera el papel que le correspondía en la consecución de la paz en los Balcanes.
Precisamente, uno de los aspectos claves del convenio consiste en el compromiso del presidente Clinton de desplegar tropas norteamericanas en Bosnia. Este polémico paso lo adversa el Congreso y ha generado serios cuestionamientos legales y prácticos. De ahí que el mandatario necesitará ejercer su liderazgo de cara a un Capitolio hostil y a una opinión pública mayormente opuesta a este tipo de misiones. Cabe señalar que los arreglos territoriales e institucionales estipulados en el plan estadounidense demandan ulteriores negociaciones, las cuales arriesgan verse entorpecidas por el enfrentamiento en Washington. Son muchas las dudas que suscita el acuerdo de paz, ensombrecido por el protagonismo de Slobodan Milosevic, instigador de la campaña genocida serbia, y porque el pacto legitima una repartición territorial derivada de una agresión inaceptable. Sobre todo, persiste la sospecha de que el ejercicio diplomático de Ohio se agotará con el levantamiento de las sanciones económicas impuestas por la ONU al régimen de Belgrado. En cualquier caso, el respiro en la conflagración de Bosnia es bienvenido. Una tregua, aunque precaria, es preferible a la ola de matanzas que ha anegado de sangre y destrucción a la antigua Yugoslavia.