Las acciones militares emprendidas por la OTAN esta semana auguran inyectar una nueva y positiva dinámica al estancado proceso diplomático para alcanzar la paz en Bosnia. Durante los últimos cuatro años las principales potencias occidentales mantuvieron una actitud marginal y pasiva frente al creciente conflicto bosnio, capitalizada por los agresores serbios para expander su control territorial. A lo largo de este período, los serbiobosnios, quienes constituyen una tercera parte de la población de la pequeña república desprendida de la Federación Yugoslava, instigados y apoyados por el régimen de Belgrado que encabeza Slobodan Milosevic, se apoderaron de dos tercios del país y masacraron sin clemencia a la mayoritaria población musulmana.
Lamentablemente, de cara al genocidio y a las contínuas burlas de los agresores a los innumerables planes de paz promovidos por algunos gobiernos europeos, la comunidad internacional decayó en un lirismo divorciado de las duras realidades de una guerra cruenta que ha amenazado desbordar la región de los Balcanes. Cada atrocidad serbia motivaba un ultimátum más del Consejo de Seguridad o de la OTAN que, carente de credibilidad, devenía en preámbulo de nuevos excesos y de otra escalada de muerte y desolación.
En meses recientes, empero, las fuerzas serbias empezaron a sufrir serios reveses. El gobierno bosnio --de mayoría musulmana-- logró surtirse de armas, a pesar del embargo impuesto por la ONU, y sus tropas asestaron severos golpes a las milicias del separatista serbio Radovan Karadzic. Asimismo, la humillante derrota a manos del ejército croata en la zona de Krajina desmoralizó aún más a los usurpadores serbios. Y, como ha sido usual en esta lucha, los serbiobosnios tomaron venganza masacrando musulmanes en los enclaves de Srebrenica y Gorazde, supuestamente protegidos por la ONU, e intensificando el bombardeo de la capital, Sarajevo, en contravención de compromisos previos. Precisamente, el lanzamiento de un proyectil contra un supermercado ubicado en el centro de esta ciudad, cuya explosión dejó un saldo de 37 muertos y decenas de heridos, no permitió otra opción a la OTAN que responder por la fuerza a este desmán serbio. No hacerlo habría socavado la poca credibilidad de que aún gozaba la comunidad internacional, hasta ahora abúlica frente al genocidio y la barbarie.
La campaña aérea ya ha generado signos positivos en el ámbito diplomático. Para empezar, Milosevic, quien teme convertir a Belgrado en blanco de las represalias militares occidentales, al fin reconoció que él decidía por los serbiobosnios y participaría en las negociaciones instadas actualmente por Washington. Por otra parte, el presidente Bill Clinton dichosamente esta vez ejerció el liderazgo, necesario y durante tanto tiempo esperado, en asuntos estratégicos mundiales. No sobra recordar que siendo candidato, Clinton propugnó un curso de acción en Bosnia similar al adoptado esta semana. Significativamente, la resolución de iniciar los ataques la impulsó en la OTAN Estados Unidos y han sido sobre todo aviones norteamericanos los encargados de neutralizar las posiciones serbias. Como señaló un vocero del Departamento de Estado, "la marea de la guerra se ha volcado contra los serbios."