El mundo contempló incrédulo el enfrentamiento entre los presidentes de México y Estados Unidos a pocos días del encuentro programado para conversar sobre temas bilaterales. El acontecimiento es inusitado, en parte, por el papel de Twitter en su desarrollo y por la falta de todo sentido de la oportunidad y las normas básicas de la diplomacia.
El ministro de Relaciones Exteriores de México asistía a las conversaciones preparatorias de la visita del presidente Enrique Peña Nieto a Washington cuando un escueto mensaje del presidente Donald Trump informó al mundo de la inconmovible decisión de cargarle a México los costos de un muro a lo largo de la extensa frontera compartida por las dos naciones.
Por Twitter, Trump comunicó a los mexicanos que la visita no tendría objeto si no era para acordar el pago del muro con su dinero. Peña Nieto, muy criticado por la falta de firmeza exhibida hasta entonces, no tuvo más opción que cancelar la visita y llamar de regreso a su canciller.
Igualmente asombrosa resultó la reacción inicial de la Casa Blanca. La posibilidad de imponer un impuesto del 20% a las importaciones de productos mexicanos es, de entrada, ilegal. Además, arriesga desatar una guerra comercial de represalias mutuas, seguramente dañina para las dos naciones y para la estabilidad hemisférica. El gobierno estadounidense pronto moderó el planteamiento aludiendo a otros tipos de recursos tributarios.
Estas primeras señales de Washington desvanecen las esperanzas de profundizar las relaciones de cooperación entre Estados Unidos y Latinoamérica. Las repercusiones del enfrentamiento entre los dos países del norte serán inevitables, para bien o para mal, en el resto de la región.
La excepcional relación entre Estados Unidos y México, patente en el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (Nafta, por sus siglas en inglés), cuyo tercer socio es Canadá, creó un vasto mercado y vinculó a las tres economías con lazos de mutuo beneficio difíciles de deshacer sin daño.
Por eso, también es asombroso el escalamiento de los roces entre Washington y México, resultado de la falta de molde diplomático para las actuaciones del presidente Trump, caracterizadas por la impetuosidad y falta de reflexión.
La propuesta de construir el famoso muro surge justo cuando el flujo neto de inmigrantes se revirtió y muchos regresan a un México del cual serían nuevamente expulsados si se produce una debacle económica. Por otra parte, la mayoría de inmigrantes ilegales llegan a Estados Unidos por los aeropuertos, con visas cuyas limitaciones no respetan después de su arribo.
El ingreso de drogas a los Estados Unidos, un negocio multimillonario para criminales a ambos lados de la frontera, difícilmente podrá ser frenado por un muro. La participación de México en la guerra contra las drogas ya le ha costado decenas de miles de muertos y la colaboración entre los dos países es más eficaz que una pared a lo largo de parajes inhóspitos.
Las irrespetuosas instancias para que México financie el muro, sin conceder un mínimo de espacio para gestar un arreglo, descarriló un diálogo personal del cual podrían haber surgido fórmulas de entendimiento. La visita habría sido la segunda de un jefe de Estado después de la bienvenida ofrecida el viernes a la primera ministra de Gran Bretaña, Theresa May.
La cita con May tiene gran significación a la luz de los tradicionales lazos entre Londres y Washington y el reacomodo del Reino Unido con respecto a la Unión Europea. México es también un país clave entre las relaciones internacionales de los Estados Unidos y la armonía entre ambos ha venido en aumento desde hace décadas. México también es un amigo.
En escasos tres días y sin tener todavía un secretario de Estado, el nuevo mandatario hizo a un lado ese progreso y entró en seria contradicción con el amigo, que es también el tercer socio comercial de Estados Unidos. Este inmenso remezón nació de una ocurrencia carente de sentido. Ojalá los correctivos aparezcan con la misma rapidez.