El tifón Haiyan arrasó Filipinas a una velocidad de 313 kilómetros por hora mientras que los acuerdos para reducir las emisiones de dióxido de carbono a la atmósfera progresan a un ritmo mucho más lento. Si bien las 5.600 víctimas de la catástrofe también son el resultado de las condiciones de miseria, desigualdad y hacinamiento en que vive la población filipina, algunos expertos opinan que hay una “correlación estadísticamente significativa” entre estos fenómenos climatológicos en Asia y la contaminación en China. Desde la década de 1960, la cantidad de desastres naturales en el mundo se ha triplicado.
La XIX Cumbre de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP19), que reunió en Varsovia a 194 países, se inauguró con las imágenes de la tragedia y finalizó con pocos resultados concretos, a pesar de las buenas intenciones. Las palabras apocalípticas de la costarricense Christiana Figueres, secretaria ejecutiva de la conferencia, de que “somos los primeros seres humanos que respiran 400 partes por millón de CO2 con cada inspiración”, sirvieron de marco a las reiteradas recriminaciones entre naciones ricas y pobres, la reticencia de las economías emergentes a hacer públicas sus metas de reducción antes del 2015 y la frustración de las organizaciones no gubernamentales, que en una etapa del proceso se retiraron del foro.
Sin embargo, COP19 fue fundamental como antesala a la reunión que se celebrará en París, en el 2015, en la que se pretende establecer un nuevo acuerdo internacional que sustituya al limitado Protocolo de Kioto (1997). Este convenio, que perseguía la disminución de un 5% de gases de efecto invernadero, por parte de las naciones industrializadas, entró en vigor en el 2005. Estados Unidos, entonces el más importante emisor del mundo, nunca lo ratificó, y Canadá lo abandonó hace dos años para no pagar las multas por incumplimiento.
La nueva convención debería aplicarse a partir del 2020 y pretende ser un instrumento jurídicamente vinculante que comprenda a todos los países, incluyendo a nuevas potencias como China, que están entre los principales contaminantes de la actualidad. El gigante asiático y Estados Unidos producen en conjunto el 41% de las emisiones. Por lo tanto, si en dos años no prevalece un compromiso que permita conciliar los intereses nacionales, corporativos y ambientales, no podrá cumplirse el objetivo de contener el calentamiento global a dos grados centígrados en el siglo XXI y frenar los efectos catastróficos que tendría sobre el planeta un incremento mayor.
Un panel de expertos de 85 países, nombrado por Naciones Unidas, confirmó con un 95% de certeza que el calentamiento de los océanos y el ascenso promedio de la temperatura, que ha subido 0,85 grados desde la Revolución industrial, son el resultado del uso intensivo de combustibles fósiles en la producción y el transporte. En los últimos 130 años, la concentración de CO2 en la atmósfera aumentó en un 40% y se incrementará en el futuro inmediato.
Uno de los temas claves de la Cumbre fue la estrecha relación entre el cambio climático y el desarrollo. Las naciones más sensibles a su impacto agrupan a 5.000 millones de personas, muchas de ellas en situación de pobreza. Se encuentran en su mayoría en Asia y África y representan una tercera parte de la economía mundial. Entre el 2025 y el 2035, en que la temperatura media podría duplicarse, van a encontrarse bajo un riesgo extremo de inundaciones, deslizamientos, sequías y huracanes que afectarán tanto a la región como al crecimiento económico mundial.
Para mitigar la magnitud de estas emergencias se creó el denominado Mecanismo de Varsovia de “daños y pérdidas”. Si bien aún no se sabe cómo se financiará, es un paso en la dirección correcta, sobre todo si se toma en cuenta que los países que sufrirán el 80% del impacto ambiental no son los responsables del calentamiento global.
Nuestra nación demostró, una vez más, su posición de liderazgo como modelo de manejo forestal en el mundo y, como deseaba su delegación, la Cumbre aprobó los mecanismos del sistema de Reducción de Emisiones por Deforestación y Degradación de Bosques (REDD+), después de un largo debate. Como señaló con firmeza el ministro de Ambiente y Energía, René Castro, “Costa Rica ha invertido cerca de $500 millones en los últimos 20 años, 80% de los cuales han venido de fondos públicos. No nos digan que no hay dinero para combatir la deforestación y el cambio climático”.
Desde hace 26 años, el país implementó de forma pionera el mercado internacional de carbono y ha recuperado un 31% de cobertura boscosa. Gracias a esta experiencia, es el primer país en acceder a la segunda etapa de REDD+ y recibirá $63 millones del Fondo Cooperativo para el Carbono de los Bosques del Banco Mundial.
El mayor mérito de Varsovia fue haber fijado la hoja de ruta hacia el protocolo de París 2015. Sin embargo, lo hizo sin compromisos previos. En la etapa final de la conferencia, el secretario general de las Naciones Unidas, Ban Ki-moon, abogó por “una visión a largo plazo sobre el cambio climático”. Esperamos que esto se logre dentro de dos años.