Argentina sufre una seria crisis financiera, traducida en una fuerte devaluación de su moneda. Para algunos analistas, lo que ocurre es el renacimiento del desastre vivido en el 2002, cuando el país cayó en mora de deudas externas por un monto récord de $130.000 millones. Ese evento lo dejó en una dificilísima situación, cuyas secuelas son hoy patentes.
El viernes 24 de enero, el Banco Central intentó detener el desplome del peso mediante la suspensión de los controles cambiarios para adquirir dólares estadounidenses. Esta y otras medidas pretendían rescatar el peso argentino de una creciente demanda por la divisa norteamericana, que las autoridades creían capaz de generar una corrida bancaria. Pero la defensa de la moneda implicó sacrificar las reservas del país en una tercera parte. Es decir, quedan alrededor de $29.000 millones, insuficientes para atender las deudas del país.
El propósito de estas medidas se esfumó rápidamente de la mano de un descenso pronunciado de la moneda nacional desde el primer día de vigencia de las nuevas políticas, cuando la moneda cayó un 15% del tipo oficial de 5,77 pesos. El tipo de cambio se acomodó en 7,88 pesos por dólar, todavía lejano de la tasa prevaleciente en el mercado paralelo, donde alcanzó 12,85 pesos por dólar. En días posteriores, un ligero alivio en el tipo de cambio fue atribuido a intervenciones del Banco Central, de las cuales supuestamente se abstendría. La culpa de la crisis la tienen las grandes empresas y demás enemigos del país, afirman la presidenta Cristina Fernández y sus colaboradores, en su intento por endosar la responsabilidad a figuras fantasmagóricas.
Lo que hoy ocurre tiene un trasfondo complejo donde destaca el sistema político argentino, con una pluralidad de partidos políticos que se denominan “peronistas”. Desde luego, hay partidos más o menos peronistas, pero comparten la inclinación populista del general Juan Perón, y de su legendaria esposa Evita, fallecida en 1946.
Evita, la líder justicialista, abrazó a los “descamisados”, a los obreros y campesinos argentinos, aquellos que difícilmente tendrían medios para adquirir una camisa. Evita falleció muy joven, pero fundó toda suerte de instituciones para atender las necesidades de los pobres. Mucho del carisma político de su esposo se debió a ella.
Cuando el esposo de Cristina, Néstor Kirchner, hasta ese momento gobernador de una lejana provincia, asumió la Presidencia del país en el 2003, Argentina era aún tabú en los organismos financieros mundiales, en particular el Fondo Monetario Internacional (FMI), uno de sus importantes acreedores.
La política exterior de Argentina pasó a establecer como prioridad acercarse amigablemente a las grandes potencias con capacidad de veto en organismos financieros como el FMI, sobre todo Estados Unidos. Kirchner dio pasos importantes en ese rumbo. Entre tanto, su esposa, Cristina, parecía inclinada a soñar con convertirse en una nueva Evita. En el 2007, ganó la presidencia con un caudal importante de votos. En el 2010 falleció su marido, Néstor, quien había sido su principal asesor, y así se inició un período de polémicas decisiones, muchas de ellas impopulares.
En el Gobierno, la pareja pudo saborear la deliciosa era de los altos precios internacionales de las materias primas que, especialmente gracias a la soya, permitieron financiar proyectos emulando a Perón. Sin embargo, ya en el 2008, los mercados mundiales decayeron y, con ellos, la habilidad del gobierno de los Kirchner para continuar sus filantropías. No obstante, recurrieron a políticas de alto gasto público para mantener el ritmo populista.
Populismo político y hacendario fue la fórmula que aceleró los problemas que ahora aquejan a la mandataria y alcanzan un punto culminante con la presente crisis financiera. Cuando ya no era posible obtener fondos para sus ideas y sus necesidades electorales, la presidenta recurrió a su nuevo amigo, Hugo Chávez, quien con los años incrementó su colaboración con Argentina. Ya no hay Chávez que la financie.
Quizás la crisis impulse al electorado argentino a votar en las próximas elecciones presidenciales (2015) por un candidato que pueda convertirse en el serio estadista que las circunstancias exigen. Sería providencial para Argentina y también para Latinoamérica.