El conflicto en torno a la anexión rusa de Crimea ha generado un creciente debate entre académicos, analistas, corresponsales de prensa y, también, de amplios sectores cívicos en todo el mundo. El común denominador de las opiniones, al menos las occidentales, no ha sido una condenatoria unánime a Rusia. Visiones menos agitadas apuntan a las justificaciones históricas y estratégicas de Moscú para la expansión del mando ruso a la península de Crimea, donada en 1954 por Nikita Khruschev a Ucrania, también entonces un satélite soviético.
Sin embargo, la turbulencia internacional ha generado, asimismo, cierta visión de competencia, en la cual cada acontecimiento depara puntos a favor o en contra de Moscú o Washington, los principales contendores de este torneo sui géneris. La anexión de Crimea fue un punto en contra de Rusia. El anuncio de sanciones formulado por Washington y sus aliados europeos fue visto como un punto a favor de estas naciones occidentales. El mensaje de Obama exponiendo las sanciones en marcha le restó un punto a Washington. Y así sucesivamente.
El punto adverso a Washington fue originado en la debilidad del castigo al Kremlin por las violaciones territoriales cometidas en perjuicio de Ucrania. Denegar la visa estadounidense a una escasa lista de burócratas moscovitas, adicionada mediante otra corta nómina de funcionarios menores, más un oligarca amigo de Putin y un pequeño banco ruso, tampoco impresionó a los observadores.
“Ladridos sin mordeduras”. Así tituló el Washington Post un editorial en el que criticó duramente la fragilidad de las sanciones proclamadas por el presidente Obama. En igual sentido se pronunció el Wall Street Journal , también en un editorial –“Sanciones poco serias de Obama”– que censuró los pasos ligeros, carentes de impacto, de la Administración y sus aliados europeos. Las contrasanciones con las que respondió Putin de seguido, abarcaron una corta lista de personal de la Casa Blanca, así como a algunos líderes del Capitolio, críticos de Putin.
Fuera del foco de atracción del conflicto sobre Crimea, que seduce la atención de las grandes potencias, el dictador sirio Bashar al-Assad ha aprovechado para intensificar la guerra contra los numerosos grupos insurrectos que tantas veces han intentado derrocarlo. Dotado de un arsenal moderno que sus aliados renuevan de manera constante, Assad ha desatado un contraataque inédito. Edificios, casas y humildes viviendas, calles y caminos, han sido destruidos sin misericordia por el incesante bombardeo de la fuerza aérea oficial, dotada ahora también de “barriles bombas” lanzados desde helicópteros y cuyo efecto es demoledor y homicida.
El balance de los tres años que lleva ya esta guerra, auxiliada por Gobiernos e individuos externos, es desolador. Con 150.000 muertos y más de nueve millones de desplazados, Siria es reconocida como uno de los países más peligrosos del mundo. Las víctimas son incontables, pero los mayores damnificados han sido los niños. La Unicef estima que casi 5 millones de niños desarraigados, así como carentes de atención médica y psiquiátrica, ayunos de educación y cuyas familias han sido desintegradas, constituyen el legado más doloroso de esta guerra.
La ofensiva del régimen le ha permitido recuperar ciudades y poblados antes capturados por los incontables grupos armados, entre ellos los pupilos de Al Qaeda y yijadistas provenientes del mundo islámico. Por si eso fuera poco, las facciones chiitas y sunitas han propagado una renovada lucha sectaria que favorece al régimen sirio.
Assad ha restablecido su dominio en una tercera parte de Siria, cuyo valor estratégico es incuestionable. Apoyadas por legiones de guerrilleros del Hizbolá libanés, las tropas, la Fuerza Aérea y un nutrido arsenal han sido claves en las victorias militares.
Este desenlace por ahora debería consolar a Rusia, uno de los principales patrocinadores de esta guerra. Pero esta victoria es transitoria. Cuando las rencillas por Crimea cedan, el mundo podrá mirar la destrucción material de Siria y, sobre todo, la extinción de la niñez y de sus hogares. Una lección para un mundo seducido hoy por Crimea.