Los comicios en Italia, la semana pasada, perfilan un empate entre las principales agrupaciones políticas. Las crecientes dificultades para forjar una alianza parlamentaria generan temores de nuevos sufragios y, en especial, de propagar por toda Europa una ola de inestabilidad y desconfianza.
El tema es preocupante, dado el estado incierto de las economías del sur del continente y su posible impacto negativo en las finanzas y la industria de una mayoría de las naciones de la Unión Europea (UE). Un alud de esta envergadura haría estremecer a la economía mundial.
Lo más triste del proscenio romano es que ya el público toma como un chiste el pulso que protagonizan las principales figuras de esta confrontación. No sorprende, entonces, la cobertura de los principales medios informativos a la negativa de asistir a un banquete de altos vuelos, en Berlín, del presidente de Italia, Giorgio Napolitano. El nones fue en reacción a las declaraciones públicas de un político alemán, también convidado a la fiesta, quien confesó sentirse perplejo ante los resultados de las elecciones italianas que dejaron como ganadores a “dos payasos”.
Es claro que la poco elegante declaración del político germano se dirigía contra el popular comediante Beppe Grillo, jefe del centro- izquierdista Movimiento Cinco Estrellas, y el resucitado exprimer ministro de centro-derecha Silvio Berlusconi, conocido organizador de las festivas “bunga bungas” con atractivas jovencitas.
La particular configuración de quienes emergieron ganadores de los sufragios nacionales, no permite declarar ganador a ninguno de la primera fila. Beppe, por ejemplo, llegó a un 25%, en tanto Silvio, hasta hace poco difunto personaje, resucitó con una leve ventaja, alrededor del 22%. Con un saldo parecido emergió Pier Luigi Bersani, del bando de centro-izquierda.
Para los analistas europeos, el premio mayor quedó repartido entre los tres partidos citados. En cambio, y con mucho menor respaldo (14%), Mario Monti, hasta ahora primer ministro y cabeza de la agrupación tecnócrata favorecida por algunos Gobiernos europeos, en especial el alemán, sufrió en las urnas por liderar el programa de austeridad que enfurece a las masas de votantes.
El perfil definitivo deberá aguardar los recuentos con cifras más depuradas y las alianzas que podrían surgir en los plazos permitidos. En todo caso, siendo bicameral el foco del balotaje, la aritmética se muestra complicada.
No podemos dejar de subrayar que, además de los antagonismos derivados de la campaña política, un factor decisivo ha sido el repudio mayoritario al programa de austeridad por el que Italia ha caminado para contrarrestar la herencia de prodigalidad de Gobiernos previos. Aunemos a este trauma el submundo de los arreglos subterráneos que periódicamente han sacudido al Parlamento.
La actual coyuntura de indefinición en las urnas augura inestabilidad y la reiteración de prácticas que empujan al país por caminos de cortísimo plazo. Pareciera la descripción de sociedades irresolutas que nutrieron otrora las imágenes cinematográficas de los grandes directores del celuloide y el escenario.
Lamentablemente, De Sicca, Felini, Visconti y tantos otros rectores de la cultura se movían en un ámbito ya en mucho superado por las transformaciones de la integración europea que, gusten o no, orientan el curso de la actual comedia romana.
Dado el empate técnico entre los principales movimientos que cuentan en el balance de las urnas, ahora algunos líderes renuevan sus apuestas a personajes de la política localista para que vengan en su auxilio. El ejemplo más ventilado es el de Bersani, moderado rector de la izquierda democrática, quien ahora convoca a personajes como Nichi Vendola, un exgobernador comunista con dulce verbo, al que la prensa italiana conoce como el “Obama blanco”. Otros aliados de izquierda son enemigos acérrimos de Vendola, lo cual apunta a una creciente fragilidad interna del partido. Y los ejemplos se multiplican por todo el panorama electoral.
El horizonte apunta a alianzas de muy corto plazo que, tarde o temprano, tornarán muy débiles las estructuras políticas. Una palabra comienza a ponerse en boga en las revistas de intelectuales: ingobernabilidad. El remedio por excelencia sería un líder popular con amplio respaldo político.
Desafortunadamente, el elenco actual no inspira sentimientos afines. Los rieles de la política tenderán a dividirse si no surge con alguna prontitud un líder conforme a la receta. No menos preocupante será el impacto de una Italia inestable e ingobernable. Tal desenlace afectaría negativamente a Italia y al resto de la UE. Esperemos que en este drama prevalezca la razón.