La obtención de la paz en el entorno sirio-iraquí ha adquirido con el paso de los años una complejidad desafiante para los esfuerzos de actores regionales e internacionales, incluida la Organización de Naciones Unidas.
El mosaico étnico y religioso prevaleciente en el terreno ha sido una inmensa barrera que, lejos de ablandarse, se ha expandido y endurecido por el influjo de guerrilleros islamistas apertrechados con modernos armamentos y, en algunos casos, hasta pequeñas fuerzas aéreas.
Hoy día, la Peshmerga kurda ha conseguido un acuerdo con otras fuerzas iraquíes para liberar a Mosul, la segunda ciudad de Irak por su tamaño. La importancia de Mosul también deriva de una ubicación estratégica y de la industria petrolera, indiscutible motor de su economía.
Asimismo, la ciudad destaca por el simbolismo que conlleva para las bandas del Estado Islámico (EI). Fue en Mosul donde el fundador del EI, el ayatolá Abu Bakr al Baghdadi, proclamó su califato en diciembre del 2013 y emprendió la guerra para expandirlo. La zona geográfica influida por Mosul conecta con la región norte de Siria, dominada también por el EI.
La coalición concertada para liberar a Mosul es poderosa. No obstante, los viejos debates y la desconfianza entre grupos étnicos y religiosos han atrasado la concertación, que es apoyada por 5.000 militares norteamericanos y la Fuerza Aérea de ese país, además de contingentes de naciones europeas.
Los voceros del contingente iraquí han intentado explicar los altibajos y atrasos por razones de descanso para las tropas. En cualquier caso, la marcha sobre Mosul ya comienza y sus posibilidades de éxito son grandes. Cuán rápido será el desenlace está por verse, pero difícilmente consistirá en la derrota definitiva del EI.
La toma de la ciudad tiene el potencial de generar una enorme crisis humanitaria. Desde inicios de semana, el EI ha comenzado a concentrar en Mosul a los habitantes de poblaciones cercanas, que podrían convertirse en escudos humanos, junto al resto de la población civil.
Por otra parte, la destrucción es grande y la reconstrucción será cara. En Ramadi, una capital provincial de menor tamaño, los bombardeos y otras operaciones ejecutadas para expulsar al EI causaron una devastación extraordinaria y, cuando las tropas iraquíes tomaron control, el 90% de la ciudad ofrecía peligro por minas y artefactos explosivos colocados por los militantes derrotados. Pasados diez meses desde la toma de Ramadi, la labor de limpieza de explosivos no concluye y las autoridades no se atreven a fijar una fecha.
Los principales dirigentes del EI han comenzado a abandonar Mosul, en previsión de su caída. Los especialistas señalan que para la agrupación, la "marca" es más importante que los territorios bajo su control. Su propaganda es altamente profesional y procura consolidar una imagen de luchadores por la fe y el perfeccionamiento espiritual de sus militantes, algunos de los cuales son jóvenes provenientes de Europa Occidental, Estados Unidos y hasta países latinoamericanos.
Seducidos por los mensajes bélicos del EI difundidos mediante Internet, y mayormente a espaldas de sus padres, viajan al Cercano Oriente para unirse a las guerras de la agrupación.
Por esas razones, la lucha contra el EI no concluirá en Mosul. Tampoco hay garantía de que se consolidarán los acuerdos alcanzados con los kurdos para expulsar a la agrupación de la zona. Pero la recuperación de la ciudad permite, al menos, avivar la esperanza de acelerar la erradicación del elemento más discordante en el complejo mapa del conflicto iraquí.