Por segundo mes consecutivo, el índice de precios al consumidor (IPC) mostró una disminución en vez de un aumento, como era usual. Varios factores incidieron en la reducción, que pasamos de inmediato a comentar. La pregunta fundamental, sin embargo, es si la baja inflación será sostenible.
En el mes de setiembre, el IPC disminuyó un 0,14% –es decir, los precios de los bienes y servicios disminuyeron en setiembre, en promedio, un 0,14% comparado con los precios registrados en agosto– y, en octubre, la reducción fue mayor (0,28%). Aunque la inflación interanual, influida por variaciones mayores en meses anteriores, alcanzó un 5,70% y aún se encuentra fuera del rango meta del Banco Central (4%, más o menos un punto porcentual), hay posibilidades de que el año cierre dentro del rango meta y, más importante aún, que en el 2014 pueda cumplirse más holgadamente la meta estipulada.
La política monetaria del Banco Central es adecuada y merece respaldo. En junio de este año se discutía intensamente si debía mantenerse la meta inflacionaria anual cuando ya el IPC la había prácticamente sobrepasado. Escribimos textualmente: “¿Debe el Banco alterar la programación monetaria por haberse producido un ajuste en el tipo de cambio? La respuesta es ‘no’. Si el Banco Central cambia sus metas de emisión, liquidez y crédito para consentir una mayor inflación, estaría renunciando al objetivo fundamental contendido en el Art. 2 de su Ley Orgánica, que le manda controlar la inflación como objetivo prioritario”. Hoy vemos con satisfacción que el Banco Central no solo mantuvo sus metas, sino que sus esfuerzos han producido réditos.
Varios factores han incidido en la menor variación. En primer lugar, la estabilidad cambiaria observada en Costa Rica en los últimos meses le ha dado un respiro a los precios de origen externo, que se incorporan al IPC a través de las importaciones. La baja inflación internacional también ha influido positivamente en los precios de productos importados. En Estados Unidos, por ejemplo, la inflación interanual apenas alcanza un 1,75%, y en la Unión Europea y Japón es menor, por lo que los productos importados reflejan una gran estabilidad.
La baja en los precios de algunas materias primas, incluyendo el petróleo –cuya caída ronda el 10% y se refleja en el precio de los combustibles en el mercado costarricense–, también ha contribuido a controlar la inflación. Son muy conocidos los efectos directos e indirectos de las variaciones en el precio de los combustibles en los demás bienes y servicios transados en el mercado nacional. Por otro lado, la mayor oferta de ciertos bienes agrícolas en el país les ha dado igualmente un respiro a los precios. Pero no se puede pretender que estos factores sigan gravitando de la misma manera en el índice de precios al consumidor. Por eso, es fundamental revisar otros indicadores de inflación para puntualizar las expectativas y valorar la política monetaria actual.
Uno de los indicadores más importantes, además del IPC, es el índice subyacente de inflación (ISI) que calcula el Banco Central. Excluye ciertos productos muy volátiles que pueden incidir en el IPC a corto plazo, como los combustibles y ciertos bienes agrícolas, por lo que refleja con mayor propiedad el dinamismo de la demanda agregada en plazos mayores. Ese índice subió en el primer semestre de este año por los ajustes cambiarios, pero ha tendido a estabilizarse alrededor de un 4% en los últimos meses, precisamente dentro de la meta de inflación. También hemos podido constatar que el crédito al sector privado ha evolucionado normalmente en los primeros ocho meses de este año, creciendo alrededor de un 10%, dentro de la programación monetaria aprobada en julio pasado. Esto habla bien de la política monetaria seguida hasta la fecha.
Sin embargo, hay dos grandes retos pendientes. Para el Banco Central, el reto es no solo mantener controlada la inflación, sino también hacerla converger hacia la prevaleciente en los países con los que comerciamos, desarrollados y en desarrollo, para no afectar la competitividad de la producción nacional. Si la inflación nacional se mantuviera en un 5% anual, y la internacional siguiera rondando el 2% anual, el tipo de cambio nuestro tendería a apreciarse con el tiempo y afectaría la competitividad de la producción.
Y, para el Gobierno y sus instituciones, el reto es controlar el gasto público que influye en la demanda agregada, las tasas de interés y el déficit en la balanza de pagos, por un lado, y, por otro, elevar las tarifas de los precios regulados, que han venido creciendo proporcionalmente a tasas más elevadas que las de los no regulados. Si ambas variables se controlaran debidamente –aspecto que, por el momento, está pendiente–, se podría consolidar la estabilidad cambiaria y de precios, y, con ella, beneficiar la competitividad nacional.