Stephen Paddock, autor de la masacre en Las Vegas, utilizó un arma totalmente automática para desatar una lluvia de balas sobre los 22.000 asistentes a un concierto la noche del domingo. Las ráfagas se prolongaron demasiado para pensar siquiera en un arma semiautomática. Un rifle menos poderoso habría limitado la tragedia.
Fueron nueve segundos de fuego rápido, seguidos de otros 37 de silencio y luego dos ráfagas más cortas. Paddock, un hombre de 64 años, vecino de Mesquite, cerca de Las Vegas, no tenía antecedentes penales y tampoco entrenamiento militar, pero en la habitación donde cometió suicidio la Policía encontró al menos diecinueve rifles. En su casa de habitación hallaron uno más y municiones.
Las ráfagas de la potente arma automática cayeron sobre la muchedumbre desde el trigésimo cuarto piso del hotel Mandalay Bay. Solo la aglomeración y la capacidad de fuego del arma explican tanta devastación causada por un individuo sin especial entrenamiento. El pánico contribuyó al saldo de 58 muertos y 527 heridos, pero los disparos no habrían alcanzado a tantos, tan rápido y con tan terrible efecto, si Paddock no hubiera tenido en sus manos un rifle tan poderoso.
“¿De dónde diablos sacó armas automáticas?”, preguntó Eric Paddock, hermano del homicida, quien no sale del asombro. La pregunta debe formulársela la sociedad estadounidense como un todo, porque en la respuesta está la clave de una larga cadena de crímenes, entre ellos las masacres en planteles universitarios, colegios y hasta en una escuela, la de Sandy Hook, en Newtown, Connecticut, donde perdieron la vida 20 niños y seis adultos a manos de un muchacho de 20 años, que primero asesinó a su madre.
Nelba Márquez-Greene, cuya hija de seis años murió en Sandy Hook, identificó el problema sin un ápice de duda: la masacre de Las Vegas es culpa de legisladores opuestos a controlar la venta indiscriminada de armas, incluidas las más potentes. La sufrida madre se niega a aceptar que la división de la sociedad estadounidense a partir de la elección del presidente Donald Trump explique lo ocurrido el domingo. “¡Por favor!, Newtown sucedió mucho antes de la elección. Necesitamos legislación de armas sensata y la necesitamos ya”, escribió Márquez-Greene en su cuenta de Twitter.
Ataques como el del domingo en La Vegas y el de Newtown captan la atención y reavivan el debate, pero la abundancia de armas es una fuente constante de tragedias en las ciudades estadounidenses –y de otros países, incluido el nuestro– entre las cuales destaca Chicago, tantas veces mencionada por el presidente Trump, elegido sobre una plataforma de rechazo al control de armas.
El mandatario ordenó la intervención de agencias federales para apoyar la lucha contra la violencia en Chicago, pero en ningún momento planteó la posibilidad de limitar el armamento responsable de la mayoría de los 762 homicidios del 2016, que elevaron la tasa de la ciudad a 27,7 por 100.000 habitantes.
En Estados Unidos el problema es complejo, no solo por el significado cultural de las armas de fuego en importantes regiones y sectores, sino también por la garantía constitucional del derecho a poseerlas. La segunda enmienda de la Constitución deja amplio espacio para el debate, porque consagra ese derecho en conexión con la necesidad de contar con milicias “bien reguladas” para garantizar la seguridad de un Estado libre.
La formulación del artículo apunta a su anacronismo, pero mucho más importante para acreditarlo son los trágicos resultados que conmueven a la sociedad estadounidense y, con ella, al mundo. No hay razón para añadir tragedias como las de Las Vegas a la constante preocupación por el formidable reto del terrorismo.