Hace pocos días, el Poder Ejecutivo y el ICE comunicaron que no impulsarán el Proyecto de Ley de Contingencia Eléctrica, que tiene como uno de sus propósitos subir de 15 a 30 el porcentaje de generación nacional a cargo del sector privado. En su lugar no propusieron ninguna otra iniciativa. Su estrategia parece ser, simplemente, la tranquilidad, con el argumento de que la demanda interna hasta el 2019 será cubierta por las plantas en operación o contratadas.
Días atrás, el Gobierno también había descartado siquiera discutir fórmulas para hacer posible que la riqueza geotérmica que yace en el subsuelo de algunos parques nacionales pueda ser explotada con respeto al ambiente.
Ambas decisiones, inconvenientes y miopes en sí mismas, contradicen la anunciada disposición del Ejecutivo a discutir a fondo las opciones para garantizar a largo plazo el suministro de electricidad, crear condiciones para bajar los precios, ampliar las fuentes, dar mayor impulso a las energías limpias y adaptar nuestro mercado eléctrico a las cambiantes condiciones nacionales y regionales. En su lugar, reflejan una mezcla de prejuicios ideológicos y defensa de esquemas burocrático-institucionales constituidos, que se traducen en una concepción centralista de la generación eléctrica a contrapelo de las mejores prácticas internacionales y el mejor uso de los recursos públicos, y que conducen a poner los intereses de una entidad –el Instituto Costarricense de Electricidad— por encima de los del país en general.
De paso, ambas decisiones han vaciado de relevancia el llamado “foro de diálogo sobre el tema energético” que coordina el Ministerio de Ambiente y Energía, y que se planteó como una instancia multisectorial, con el fin de discutir las mejores opciones y explorar las mejores soluciones para afrontar nuestros desafíos y oportunidades en la materia.
La aseveración de que la demanda interna estará cubierta durante los próximos cuatro años es, por decir lo menos, aventurada. En primer lugar, es posible que las necesidades de electricidad se incrementen, si la economía crece con mayor dinamismo, o si se introducen medios de transporte que la utilicen para sustituir los combustibles fósiles. En segundo lugar, nada garantiza que la oferta estimada se materializará, que los proyectos se desarrollarán según lo previsto (algo que raramente ocurre) o que eventos meteorológicos no afecten de manera imprevista la capacidad de las represas. Peor aún, referirse solo a Costa Rica como el ámbito de nuestro mercado eléctrico, y dejar por fuera de toda consideración el espacio regional que se ha creado con la interconexión del Istmo, es desconocer una nueva realidad, tanto de oferta como de demanda, que podría ofrecernos grandes oportunidades.
Tal concepción localista, en un mercado que tenderá a ampliarse geográficamente cada vez más, contradice una iniciativa reciente del ICE, encaminada, según sus voceros, a vender servicios para estructurar y construir megaproyectos de generación eléctrica en Centroamérica y el Caribe. El ICE no es una empresa constructora. Es mucho más consecuente con su misión concentrarse en ser eficiente, producir energía más barata y competir con ella en el mercado ampliado.
Mantener el tope del 15% para el sector privado implicará, además, reducir las posibilidades de alcanzar la meta de convertirnos en un país carbono-neutral en el 2021, y reducirá aún más los incentivos o presiones sobre el ICE para reducir la carga de costos innecesarios. Precisamente, el anuncio de la venta de servicios externos implica reconocer la existencia de personal ocioso, que se añade al peso económico de la entidad y, por ende, presiona las tarifas al alza.
Lejos de mantener un pernicioso apego a modelos ya superados, de proteger a una entidad en lugar de los intereses nacionales, y de apostar al centralismo en lugar de a la diversificación, lo que nuestro país necesita, con urgencia, es otra cosa. Nos referimos a una transformación de su mercado eléctrico para que se vuelva realmente competitivo y eficaz, ofrezca condiciones de igualdad a todos los participantes y sea capaz no solo de suplir la demanda presente y futura, sino también de convertirse en un generador de divisas mediante su extensión más allá de nuestras fronteras.