El juego de intereses centrado en Siria se hace patente hoy en las discordias entre potencias con respecto a Alepo. La hostigada población, convulsionada por las luchas armadas entre agrupaciones respaldadas por el despotismo de Bashar al Asad y movimientos independentistas de diversos orígenes, es un grave problema humanitario.
Alepo es hoy un conjunto desolado de viviendas y edificaciones bombardeadas. Sitiada por bandos contrarios, ha devenido en una sombría prisión donde miles de aterradas familias son presa de terroristas y mortales epidemias, pero, sobre todo, del hambre. El clamor mundial por permitir la entrega de comestibles y medicinas, así como la salida de los habitantes a otros destinos, podría plasmarse en un acuerdo entre Moscú y Washington. Ese acuerdo reviviría el cese el fuego convenido en febrero e irrespetado poco después.
El nuevo convenio, afanosamente buscado por el secretario de Estado John Kerry, no parece fácil de lograr en el terreno, aunque las dos partes podrían verse beneficiadas. Por un lado, el presidente Barack Obama recibirá el reconocimiento de sus conciudadanos y, de paso, dividendos para la candidata demócrata a la presidencia, Hillary Clinton. Por otro, el mandatario ruso, Vladimir Putin, ya ha obtenido crecidas ganancias estratégicas en Siria y tendría la oportunidad de mostrarse ante el mundo como conciliador humanitario.
Lo convenido hasta ahora con Putin requería de un texto legal para el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Empezó así otro elaborado proceso de discusiones para aclarar los detalles del qué, cómo y cuándo. La negociación no es fácil. Hay que tomar en consideración las tropas de cada bando que resguardarían la evacuación de los sitiados, la alimentación de los 300.000 habitantes de Alepo y los cuidados médicos requeridos. Los refugiados posiblemente irían a Turquía, en sí un avispero político.
Como a menudo ocurre, lo no acordado quedó para después del desalojo y la entrega de alimentos y medicinas. La infinita serie de pequeñas y grandes tuercas y engranajes tomaría demasiado tiempo para ser detallada. En cualquier caso, el proceso humanitario y sus avances a medias han conseguido algún alivio, muy limitado, para la sufrida población.
La coordinación del plan de vuelos de bombardeo conjunto contra agrupaciones adversas no ha funcionado, así que Estados Unidos prosigue su campaña aérea y Rusia también. Sin embargo, algunos compromisos cuajaron en parte, como la urgencia de aminorar el bombardeo sirio de barriles con clavos contra las poblaciones civiles. Lamentablemente, se comprobó el uso de armas químicas por parte del régimen de Asad y su desalmado impulso bélico, fortalecido por el apoyo ruso, hace del gobierno sirio un elemento impredecible.
Por eso los pronósticos con respecto a la durabilidad de cualquier acuerdo son poco optimistas. Grandes signos de interrogación gravitan, además, sobre lo que hará Putin. Las comunicaciones entre los actores centrales, el Kremlin y la Casa Blanca extrañamente se han dificultado de manera creciente. Con elecciones generales en Estados Unidos en noviembre, un incidente internacional podría afectar el balance de las urnas. Lo más importante a estas horas es, sin embargo, que los contados acuerdos prevalezcan y los nuevos se aceleren para aliviar el sufrimiento de tantos seres humanos, atrapados en la ciudad y temerosos de abandonarla, pese a los bombardeos, mientras no haya garantía de un tránsito pacífico.
Los habitantes de Alepo, y de toda Siria, conocen demasiado bien la fragilidad de las promesas de Asad y prefieren jugar su suerte en la ciudad para no ponerse en peligro a campo abierto. Esa reticencia a escapar del infierno mientras la salida solo esté garantizada por Asad demuestra el grado de desconfianza desarrollado, con buenas razones, a lo largo de décadas. Solo el acuerdo entre potencias puede aliviar la situación.