Con la reciente prueba exitosa de un misil de largo alcance, seguida la semana última por la detonación subterránea de un artefacto nuclear, Corea del Norte ha reiterado ante el mundo su vocación por el chantaje nuclear como fórmula para extraer toda suerte de concesiones de Occidente.
El citado misil tendría la capacidad de atacar objetivos claves del Oeste. Como portador del artefacto explosivo, con una potencia de 7 kilotones, reproduciría con creces el horrendo escenario de Hiroshima y Nagasaki que puso fin a la Guerra Mundial en el Pacífico.
Las autoridades de Pyongyang confirmaron la explosión efectuada el miércoles, pero sin definir si el elemento esencial era plutonio o uranio. La diferencia marca posibilidades mayores o menores de proliferación, con la consiguiente amenaza del mercadeo de bombas nucleares que expandirían el afán nihilista de algún otro Gobierno paria del presente orden mundial.
El régimen norcoreano, hoy presidido por el joven Kim Jong Eun, ha mantenido un constante interés en poseer capacidad nuclear. En la década de 1960 logró la tutoría de la URSS. Más tarde, en 1985, siempre con patrocinio soviético, arrancó su primer reactor. En 1994, durante la administración de Bill Clinton, a cambio de suspender sus aventuras nucleares, el régimen norcoreano exigió alimentos provenientes de Washington y sus aliados.
Posteriormente, mediante una serie de arreglos y convenios subterráneos, Pyongyang consiguió equipos para enriquecer uranio. Estas aventuras secretas fueron denunciadas por la administración de George W. Bush en el 2002, dándose por terminado el convenio de alimentos por armas de 1994.
Al abrigo de esas maniobras, Pyongyang efectuó la primera prueba nuclear en el 2006. Una segunda detonación fue llevada a cabo en el 2009, y la tercera, el miércoles pasado, la cual, según señaló el régimen, se logró con el artefacto más pequeño y potente de la serie.
La experimentación nuclear fue epicentro de la larga serie de arreglos para sortear el hambre de la mayoría de los norcoreanos. Por supuesto, la nomenclatura política y el Ejército siempre han estado a buen recaudo del hambre. Para la cúpula, como lo ha documentado ampliamente la prensa internacional, nunca faltó carne ni tampoco finos licores.
Durante las dos últimas décadas, la economía norcoreana no creció. Por el contrario, disminuyó, y lo que no ha faltado a los privilegiados se ha obtenido estrujando a las masas de campesinos y obreros. Es importante señalar, además, que con el desplome de la URSS, durante los años 90, el patrocinio chino de los norcoreanos pasó a primer plano. Una preocupación constante de Pekín ha sido mantener a su vecino a flote ya que las turbulencias internas de Corea causan influjos migratorios. Esos movimientos tienden a crear problemas en la zona fronteriza, razón por la cual la política china ha tendido a inyectar actividades fabriles y comerciales en la zona.
Por otra parte, no escapa al lente chino el hecho de que los problemas entre el norte y el sur de Corea alientan el interés y el involucramiento de Washington. Pekín maneja de alguna manera esos conflictos para mantener ocupados a los norteamericanos.
Por su lado, Moscú tiene interés de figurar en el proscenio regional siempre que los costos económicos y políticos sean razonables. Pero comparte el interés chino en crear problemas Washington. Es lógico que los mecanismos del equilibrio del poder continúen presionando a Estados Unidos, cuyo reducido interés de poner botas en tierras foráneas difícilmente podría esquivar los compromisos de defensa y seguridad con Corea del Sur.
Finalmente, no es dable, tampoco, ignorar los fuertes vínculos de Pyongyang con Irán, visibles en ventas de armamentos y equipo norcoreano. Los artefactos nucleares alcanzan altos precios, y la preocupación en la actualidad gira alrededor de un tráfico nuclear con las oscuras fuerzas del terrorismo internacional. Esa sí sería una pesadilla inaceptable.