La tragedia de la ciudad siria de Alepo, las fuerzas involucradas en los crueles bombardeos y la magnitud de los intereses en juego tienden un velo sobre otra horrenda crisis humanitaria en el Medio Oriente: la campaña por el control del país más pobre de la región, Yemen. Décadas de inestabilidad política, gobiernos inhábiles y corruptos, la virtual ausencia de leyes y de quienes estarían llamados a hacerlas cumplir son el trasfondo de la miseria, el hambre y la ausencia de servicios en el país más castigado de la región donde, ahora, los sufrimientos se ven magnificados por la guerra.
Los rebeldes alineados con Irán consiguieron tomar control del país en el 2014 y provocaron la reacción de una coalición de naciones encabezada por Arabia Saudita, irreconciliable enemiga de Teherán. Los veinte meses de bombardeos de las fuerzas conducidas por la monarquía saudita siembran el caos en Yemen, no solo en las filas insurrectas, sino también en la infraestructura civil necesaria para la subsistencia.
Los ataques consiguen limitar las capacidades militares de los rebeldes, pero no han logrado arrebatarles el control de la capital, Saná, y el empate prolonga los sufrimientos de la población. Los sauditas pretenden restituir en el poder al presidente depuesto por las fuerzas rebeldes, Abdu Rabbu Mansour Hadi, cuyo gobierno en el exilio goza de reconocimiento internacional y tiene su sede en territorio de la monarquía, así como en el sur de Yemen.
Según la Organización de las Naciones Unidas, 14,4 millones de los 26 millones de pobladores de Yemen no tienen la comida necesaria. De ellos, 2,4 millones han sido desplazados de sus hogares por la guerra y se agrupan en vastos campos de refugiados donde no existen las condiciones mínimas de subsistencia.
En consecuencia, hay una epidemia de cólera, los niños malnutridos llegan en oleadas a los hospitales y el gobierno dejó, hace meses, de pagar los salarios de los empleados públicos. Los centros de atención médica también carecen de suministros esenciales y la situación empeora día a día.
El año pasado, un bombardeo saudita destruyó el puerto de Hodeida, en el Mar Rojo, por donde Yemen importaba el 90% de sus alimentos antes de estallar la guerra. Buena parte de las instalaciones portuarias, en particular las grúas de descarga, quedaron inhabilitadas. Ahora, los barcos enfrentan largas horas de espera antes de descargar.
Un puente entre el puerto y la capital también voló en pedazos merced a los bombardeos. Los camiones de transporte de carga deben dar largos rodeos para llegar a Saná. Los daños al puerto y al puente se suman para impedir la entrega de los alimentos a tiempo. Los perecederos terminan por desperdiciarse en un país de por sí enfrentado a la inanición.
Los despiadados ataques escandalizaron al mundo hace un mes, cuando dos bombardeos destruyeron la sede del funeral del padre del ministro del Interior, aliado de los rebeldes. El bombardeo causó un centenar de bajas y fuertes condenas internacionales contra sus autores.
La tragedia de Yemen y de su ciudad capital no figura con la misma prominencia de Alepo y Siria en los medios de comunicación y en la agenda de la comunidad internacional. Eso le confiere una dimensión todavía más trágica que ya comienza a llamar la atención. En los Estados Unidos, voces del Congreso ya cuestionan las ventas de armas a Arabia Saudita y la participación de su país en la campaña militar, aunque sea en el papel de reabastecer los aviones en el aire.
Costa Rica debe sumar su voz al llamado de atención en las Naciones Unidas. Los acontecimientos de Yemen no deben desarrollarse en silencio, por lo menos no en el marco del silencio nuestro.