La campaña electoral de los Estados Unidos ha permitido al público aquilatar a cada postulante y sus ideas. Faltan meses para la conclusión de los procesos internos en que los dos grandes partidos, demócrata y republicano, designan a sus abanderados para los comicios generales de noviembre.
Desde ahora, el mundo observa a los aspirantes y anticipa su ruta. Del lado republicano, acapara la atención el acaudalado hombre de negocios Donald Trump, cuyo discurso polarizador resuena entre algunos sectores de la sociedad estadounidense. Sus posiciones en temas cruciales de la campaña provocan el sonoro entusiasmo de ese público. Para conseguir ese efecto, recurre a recetas simplistas y polémicas, siempre recogidas por la prensa, que no omite señalar los elementos retrógrados y extremistas de su retórica.
Sus incendiarias recetas son incesantes, sin importar el foro de la presentación, pero las dedicadas a las relaciones internacionales captan la atención del mundo y causan preocupación. Según su criterio, la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) es obsoleta, parasitaria y no llena las necesidades del pueblo norteamericano. En consecuencia, Suecia debería armarse hasta los dientes y Dinamarca también. Peor aún, Japón y Corea del Sur harían bien si desarrollan armas nucleares para confrontar al régimen de Pionyang y los países que albergan bases militares estadounidenses deben compensar mejor a Washington por esa presencia.
Trump no tiene reparos ante el eventual uso de armas nucleares, tanto las grandes como las miniaturizadas. En cuanto a Israel, ha sido enigmático. Un día lo apoyaría decididamente y en otro sería neutral. Si habla ante organismos judíos norteamericanos, respalda de manera ilimitada a Israel. Ante otros públicos, suele reajustar el léxico para calificar el grado de apoyo o hablar de neutralidad. Ante alguna pregunta sobre el Estado Islámico (EI), afirma que lo borraría del mapa incluso con armas nucleares.
Últimamente, su grado de insensibilidad quedó manifiesto a propósito del megamuro que proyecta construir en la frontera con México y con cargo a ese país. Para lograr el pago, aseguró, impediría el envío de las remesas que los mexicanos inmigrantes mandan a sus familias. México, aseguró, necesita tanto el ingreso de divisas que no tardará en depositar el importe del muro. Agredir de esa manera a pobres trabajadores cuya razón de estar en Estados Unidos es precisamente ayudar a sus familias, es una propuesta de indudable sello inhumano.
Pero las quejas contra México no se detienen en el rechazo a la inmigración. Con frecuencia, Trump reclama el “robo” de puestos de trabajo estadounidenses al amparo del tratado de libre comercio suscrito entre los dos países y Canadá. El ladrón es México; la víctima, Estados Unidos, y el contraste fundamenta una prédica de odio no escuchada en la política estadounidense en muchos años.
China es también un blanco frecuente de reclamos similares. El déficit comercial de Estados Unidos con ese país es un tema constante, siempre planteado en términos de “robo” y seguido de amenazas de elevar aranceles para frenar el flujo de bienes chinos.
Los economistas advierten del peligro de una guerra comercial de enormes proporciones, con consecuencias para Estados Unidos y el mundo. Los estrategas militares señalan la insensatez de las críticas a la OTAN justo cuando Vladimir Putin demuestra una renovada inclinación por intervenir de forma agresiva en conflictos mundiales. Los historiadores tiemblan ante la sugerencia de estimular el desarrollo de armamento nuclear en Japón y nadie duda del peligro de confrontar a las dos Coreas en un carrera armamentista nuclear. Pero el demagogo sigue su paso, exhibiendo la ignorancia y la audacia propias de su especie. Esperemos que voces más sosegadas y razonables tomen control de la Casa Blanca.