La libertad de prensa y, de su mano, la democracia, enfrentan un formidable reto planteado por la perversión de la función periodística en las redes sociales y en la Internet en general. Una tecnología recibida con entusiasmo por su potencial democratizador muestra inesperados efectos dañinos ante los cuales es preciso reaccionar.
En Internet hay buen periodismo, desarrollado por los medios de comunicación tradicionales y por nuevos emprendimientos informativos, nacidos en la red para la red. Los medios de larga tradición comienzan a encontrar en la Internet un espacio apto para su renovación y desarrollo, con menos ingresos publicitarios, pero sin los gastos de antaño. El modelo de negocio se orienta hacia el pago por contenido, es decir, hacia la circulación, y sumadas a las ediciones en papel, las electrónicas atraen más lectores que nunca.
Los líderes de la transición, como el New York Times y el Wall Street Journal, entre otros, ya tienen como principal componente de sus ingresos las suscripciones, gracias a los abonados digitales. Nunca tuvieron tantos lectores como ahora y su papel como fuentes creíbles y respetadas de información y opinión se ha expandido considerablemente.
La Internet sigue siendo un lugar promisorio para el periodismo serio de todas las orientaciones ideológicas, pero también potencia el engaño y la difusión de noticias falsas, casi siempre publicadas en sitios sin aspiración de permanencia, solo motivados por los ingresos publicitarios inmediatos que siguen a los clics. Ese fue el caso de los jóvenes macedonios que difundieron informaciones escandalosas sobre Hillary Clinton, seguros de atraer lectores de las crédulas filas de Donald Trump.
La credulidad es tan peligrosa y extendida como en el caso del sujeto que asaltó, rifle en mano, una pizzería de Washington donde, según informaciones difundidas por las redes sociales, operaba una red de pedófilos encabezada por la candidata demócrata y su jefe de campaña.
Paul Horner, un fabricante de noticias falsas en Facebook, admitió al Washington Post que AdSense, un generador automático de publicidad e ingresos para quienes logren clics, le produce $10.000 mensuales. Mientras más escandalosa sea la “información”, mejores son los resultados económicos. Muchos jóvenes macedonios decidieron imitar a sus exitosos compatriotas y según BuzzFeed, un reconocido medio informativo nacido y desarrollado en la web, los más exitosos logran ingresos hasta de $5.000 mensuales.
David Carroll, experto en tecnología publicitaria, dijo al Washington Post que “cualquiera puede generar un sitio y meterle publicidad. Es fácil montar un negocio, crear contenido y, una vez ‘viralizado’, atraer tráfico al sitio”. De la mano de ese tráfico viene el ingreso por publicidad, sin importar la veracidad del contenido.
Como reto adicional para el periodismo serio, los políticos populistas de reciente cuño adoptan la falsedad electrónica como método e intentan apropiarse de la denuncia del fenómeno, bautizado en inglés como fake news (noticias falsas o fingidas). El presidente Donald Trump y altos mandos de su administración secuestraron el término para utilizarlo con insistencia contra los medios serios, críticos de su gestión.
Según Trump, CNN, el New York Times y otros medios destacados por la calidad de su periodismo, más que difundir fake news son fake news. Esa es su esencia. Afortunadamente, el mandatario parece estar perdiendo la batalla. Su índice de aprobación es el más bajo desde las primeras mediciones, a mediados de los años 50, mientras los usuarios de CNN y el New York Times se han multiplicado.
La deliberada confusión de términos procura restar credibilidad a informaciones sobre la intromisión rusa en la campaña electoral estadounidense, las disputas entre miembros del equipo de gobierno, los conflictos éticos de la familia presidencial y los traspiés políticos del mandatario. La estrategia contribuye a enrarecer el ambiente y atizar la desconfianza.
En la reunión de medio año de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP), recién celebrada en Antigua Guatemala, el informe más extenso sobre atropellos contra la libertad de expresión fue presentado por la delegación de Estados Unidos. Una de las principales preocupaciones recogidas por el documento es el fenómeno de la información fingida: “En meses recientes, los medios de comunicación se han visto forzados a lidiar con la aparición de ‘noticias falsas’ y un presidente que ha cooptado ese término para desacreditar y atacar los informes legítimos y veraces que estima desfavorables”.
“Los ataques verbales de Trump contra los medios no han disminuido desde que asumió el cargo. Describió a varias organizaciones noticiosas como ‘noticias falsas’, un término que originalmente se usó para definir las historias inventadas y colocadas deliberadamente en medios sociales para engañar a posibles votantes durante las elecciones. Tras haber adoptado ese término, Trump llamó a cadenas como NBC, ABC, CBS, CNN y al diario The New York Times ‘medios de noticias falsas’, así como ‘enemigos del pueblo estadounidense’. El estratega principal del presidente, Stephen Bannon, se hizo eco de los sentimientos de Trump y llamó a los medios ‘el partido de la oposición’ y declaró que ‘deberían ser avergonzados y humillados y mantenerse en silencio’. La crítica parece calculada para socavar la credibilidad de las organizaciones de noticias que informan sobre las actividades del gobierno, lo que haría más difícil que este rinda cuentas sobre su gestión”.
Costa Rica no es inmune y ya se han visto tímidos ensayos de la misma estrategia. En las redes locales abundan las noticias falsas y la Internet ha sido utilizada como pretexto para evadir cuestionamientos e intentar imponer unilateralmente los términos del debate político. Hasta ahora no ha funcionado.