En momentos en que, por los especiales desafíos internos y externos, en el orden económico, social o climático, se requiere el concurso de todos los ciudadanos, resaltamos la actitud solidaria de un grupo de estudiantes de diversos colegios. Así lo informamos oportunamente. El valor ético del trabajo en equipo y de la colaboración forman parte del proceso educativo.
Cada año, en los meses de mayo y junio, en escuelas y colegios se elige a los miembros de los gobiernos estudiantiles. Aunque buena parte de ellos no trascienden el acto de representación, algunos se lamentan de que los directores y profesores no los toman en cuenta para realizar actividades provechosas para la institución o la comunidad, y están también aquellos que, en verdad, han tomado muy en serio su responsabilidad social. De ellos dimos cuenta en días pasados sobre su espíritu de colaboración en la recaudación de fondos, la construcción de aulas, la reparación de techos, la recolección de basura, el mejoramiento de la infraestructura, la ayuda a los compañeros discapacitados, la dirección de clubes para que los compañeros aprendan algún oficio o aprendizaje musical, o bien campañas contra la violencia o pro reciclaje.
He aquí un potencial ético e intelectual que, mediante un proyecto de estímulos o de ayudas, de parte del Estado, de la comunidad, de las universidades o de las empresas, tal como lo ha prometido el Ministerio de Educación Pública, puede rendir grandes beneficios formativos. Las experiencias en Costa Rica y en otros países donde se han institucionalizado estas modalidades educativas o solidarias han dado frutos abundantes que proyectan a los estudiantes a una visión más amplia y fecunda de la realidad nacional y de su entorno.
Destacamos estos esfuerzos en contraposición a diversas críticas contra los medios de comunicación por no ocultar las informaciones sobre ciertas conductas indebidas de los estudiantes en relación con sus compañeros, con los profesores o con la comunidad, o bien fuera de las instituciones educativas, que, de alguna manera, han afectado su reputación. Algunas informaciones han versado sobre actos delictivos que, dada su naturaleza, han repercutido hondamente en los centros educativos y en el país.
No hay razón alguna para no dar a conocer estos hechos con apego a los cánones de la ética profesional y de las mejores prácticas periodísticas. Su encubrimiento, como pretenden algunos, conspira contra el derecho a la información y al derecho a ser informado, que no es mera curiosidad o fruición de novedad, sino conocimiento de la realidad. El conocimiento, a la vez, como una luz que se enciende, induce a la reflexión, a la deliberación crítica y, por esta senda, a la adopción de las medidas o los cambios correspondientes. No podemos prescindir de este derecho ni de este deber.
Estas informaciones representan, venturosamente, una excepción en la vida del país y en el conjunto de los estudiantes. No nos deben dejar indiferentes, pero tampoco significan una estigmatización. A estos aspectos negativos contraponemos, más bien, además de lo dicho, en el recinto colegial, numerosos proyectos, logros y galardones, dentro y fuera del país, en el campo científico, artístico o moral, que reflejan el verdadero rostro de los estudiantes, sus valores, sus aspiraciones, su sentido de solidaridad y su contribución al mejoramiento del país, al de sus familiares o al de su comunidad. Nuestras páginas abundan en este tipo de noticias. Convencidos de esta actitud, colaboramos, sistemáticamente, en aportes educativos, culturales, artísticos con los estudiantes y los educadores, seguros de que, como nos lo indica la experiencia, siempre caen en muy buena tierra.