El conglomerado kurdo arraigado por siglos en el norte de Irak decidió, en un plebiscito histórico, constituirse en Estado independiente. Esa fue la preferencia de un 93 % de los votantes el lunes, aunque Masud Barzani, presidente de la región semiautónoma, niega que el resultado pueda conducir a una declaración inmediata y unilateral de independencia. Por el contrario, caracteriza el referéndum como un primer paso para iniciar negociaciones con Bagdad y consultas con países vecinos y potencias mundiales.
Los kurdos de Irak, cuya capital es Erbil, suman cinco millones, pero muchos más viven en Turquía, Siria e Irán. Todos esos países están tan inquietos como Irak por las aspiraciones secesionistas de sus minorías kurdas. La votación despertó sonadas protestas en esas naciones, como era de esperar, pero también la Organización de las Naciones Unidas (ONU) se unió a las mayores potencias mundiales, cada una con sus matices, para señalar los peligros del referendo y de las expectativas creadas entre los simpatizantes de la independencia.
Irak no descarta la posibilidad de una intervención armada y desplazó tropas a las inmediaciones de Kirkuk, importante centro petrolero de Kurdistán. Turquía amenaza con cerrar los grifos del crucial oleoducto nacido en Kurdistán.
La preocupación fundamental de Estados Unidos es que la independencia de Kurdistán quebrante la unidad de la coalición que lucha contra el Ejército Islámico. Kurdistán ha sido clave en esa pugna, donde sus combatientes, conocidos como peshmerga, luchan con distinción.
Los rusos y sus aliados en Irán y Siria temen la creación de un Estado hostil a sus intereses regionales. En Turquía, el conflicto con la organización el Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK) tiene décadas de hacer correr la sangre. El país alberga a la mayor población kurda y demuestra su descontento con el referéndum con tanto dramatismo como lo hace Bagdad. El gobierno de mano dura de Recep Tayyip Erdogan expresó la posibilidad de imponer sanciones y está listo para dar una respuesta armada a las aspiraciones secesionistas.
Del lado kurdo, los líderes abogan por remedios diplomáticos para reducir la temperatura del fenomenal escándalo y el gobierno propuso una misión a Bagdad, pero la iniciativa fue rechazada por el gobierno iraquí. No menos ominosa resultó la noticia de que el Ejército de Irak conversa con su contraparte iraní para coordinar acciones.
Las simpatías hacia los kurdos en Occidente son grandes y tienen importantes justificaciones sociales e históricas. En medio de la convulsa región donde viven, han desarrollado una comunidad tolerante y democrática. El logro de ese modo de coexistencia es magnífico si se recuerdan las terribles persecuciones genocidas desatadas por Sadam Huseín en la sufrida región, cuya principal carta de triunfo es la riqueza del subsuelo, de donde brotan el petróleo y el gas natural en grandes cantidades.
No obstante las simpatías, ninguno de los actores deja de contemplar en sus cálculos los peligros que entraña el referéndum. El entusiasmo de la población votante es enorme, tanto como la abrumadora mayoría obtenida por el “Sí”, pero la propia reacción del gobierno regional apunta a las dificultades de lograr la independencia. Nadie la ha proclamado y el único país que se pronuncia abiertamente por esa fórmula es Israel, con vínculos de larga data entre los kurdos y deseos de contar con un aliado más. El referéndum creó una fuente de nuevas tensiones en una de las regiones más volátiles del planeta. Ojalá las fuerzas involucradas sepan conducirse con prudencia.