Brotes primaverales surgen en el agro costarricense. Es una buena noticia. La agricultura es uno de los sectores más importantes desde varios puntos de vista, incluidos el económico y el social, pero es temprano para lanzar las campanas al viento. Falta un largo camino por recorrer.
La tasa de crecimiento interanual del sector agrícola dejó de ser negativa según el índice mensual de actividad económica (IMAE) que calcula el Banco Central y parece enrumbarse hacia una mayor recuperación a corto plazo. Pero la sostenibilidad a largo plazo depende de reformas estructurales.
El 2015 fue un año difícil para los agricultores. El fenómeno El Niño les pasó una dolorosa factura y agudizó los problemas estructurales que enfrentan desde hace años, pero lograron salir del hoyo. En junio del 2015 tocó fondo, con una variación negativa del -3,7%. A partir de ese momento, por fortuna, la variación interanual se volvió cada vez menos negativa, hasta alcanzar una tasa positiva del 1,3% en febrero del 2016. De continuar esa tendencia, la agricultura podría, quizás, recuperar un valor tan favorable como el experimentado en abril del 2014, cuando alcanzó una variación interanual superior al 5% real.
La agricultura, al igual que otros sectores productivos, es bastante cíclica y produce altibajos en los ingresos de quienes viven de ella. Pero enfrenta, además, otros retos fuera de su control, como los emanados directamente de la naturaleza. Eso la convierte en una actividad más riesgosa, aspecto que toman en cuenta –o deberían tomar– las instituciones financieras a la hora de asignar sus operaciones crediticias. También está expuesta a la influencia de la creciente desgravación arancelaria, incluido el Tratado de Libre Comercio con Colombia que está próximo a entrar en vigor.
Su gran reto es transformarse para sobrevivir en un mundo cada vez más competitivo y expuesto a una vertiginosa evolución tecnológica. Como bien indica el director del Centro Latinoamericano para la Competitividad y el Desarrollo Sostenible del Incae, Víctor Umaña, el sector agrícola puede y debe ser más competitivo. Es la única forma de sobrevivir. Implica adoptar acciones internas para mejorar la competitividad, que incluyen nuevas y mejores formas de producir, innovación genética, mecanización y muchas otras que, de seguro, conocen mejor sus propios actores y el Ministerio de Agricultura y Ganadería (MAG).
Pero no todas las acciones para mejorar la competitividad recaen –ni deben recaer– en las espaldas de los agricultores. Muchas dependen del Estado y sus instituciones que, de alguna forma, los han abandonado, al menos parcialmente, al igual que a otros sectores productivos. Nos referimos a la precaria infraestructura, malas vías y caminos vecinales para el trasiego de insumos y productos, escasez de agua y canales de riego, tramitomanía asfixiante, costo elevado de las cargas sociales, insuficiente competencia en ciertos subsectores, poca agilidad de la banca para el desarrollo y altos márgenes de intermediación financiera para el crédito agrícola, entre otros.
No son de recibo, sin embargo, algunas de las quejas esgrimidas recientemente. Volver al proteccionismo de antaño sería muy inconveniente, pues fue uno de los esquemas que, precisamente, auspició el atraso del sector por la falta de competencia. Además, están en juego los legítimos intereses de los consumidores que también aspiran a optar por los mejores precios posibles. Tampoco conviene hacer ajustes selectivos en el tipo de cambio, el crédito, los aranceles ni las tasas de interés, pues forman parte del sistema general de precios cuya función esencial es mostrar la eficiencia relativa de los factores de la producción. Y no conviene hacer descansar el proteccionismo en barreras no arancelarias, como los restrictivos permisos sanitarios, según ha sucedido tantas veces en el pasado.
En suma, bienvenidos los brotes verdes que anuncian una nueva primavera agrícola, pero no bastarán para asegurar un crecimiento elevado y sostenido. El sector, como un todo, deberá enfrentar con realismo y valentía los grandes retos que la apertura conlleva, y también hacer valer con firmeza sus inquietudes frente a las autoridades de turno para resolver satisfactoriamente las trabas y cuellos de botella que encarecen su producción y le hacen más difícil competir. Y el Gobierno debe responder. Los intereses generales del país así lo requieren.