Han sido casi 18 años de compartir con él diversos momentos en la sala de redacción; desde las carreras de un cierre de edición hasta sus múltiples anécdotas y chistes salpicados de ironía. Ayer, Juan Antonio Sánchez -Pichi, en confianza- recibió la noticia de su jubilación luego de 36 años de labor en este diario.
Dicen que, a menudo, tendemos a hablar de nuestros semejantes solo cuando se equivocan o cuando ya están muertos. Somos reacios a reconocerles los méritos. No quiero pecar por omisión.
Me correspondió llegar a La Nación en un momento crítico, cuando Nicaragua comenzaba a incendiarse tras el asesinato de Pedro J. Chamorro. En los hechos posteriores que culminaron con la caída del somocismo, Juan no se aguantó las ganas y allá se fue a cubrir los combates entre sandinistas y la Guardia Nacional.
Ese fue mi primer contacto con el entonces jefe de Información, a quien poco a poco me fui acercando en virtud de mi trabajo, en la sección de Internacionales, campo que él había atendido durante diez años.
En Juan Antonio aprendí a conocer no solo al superior, al que debía respeto y obediencia, sino al ser humano, de carne y hueso. Y esto es lo más importante, lo más valioso después de tantas jornadas juntos.
Porque no se crea que todo fue miel sobre hojuelas. Hubo momentos, particularmente durante esa década tormentosa que fueron los 80 para Centroamérica, cuando discrepamos sin disimulo sobre los asuntos candentes. Aún hoy, diferimos -por ejemplo- sobre el trato hacia Cuba.
Empero, tales diferencias se han desarrollado dentro de un marco de gran respeto y no han impedido, en absoluto, llevar una relación que fue madurando, que fue venciendo al recelo y la desconfianza.
Ahora, cuando Pichi se apresta a disfrutar de una vida más apacible, no me queda más que darle un cálido !hasta luego!