Cuando podía pensarse que Venezuela había agotado el catálogo de males económicos y sociales, saltan a la prensa mundial informes y fotografías de salones hospitalarios, en Caracas y provincias, inundados por toda suerte de líquidos y sólidos entre los cuales yacen cuerpos humanos. Ahí empiezan y acaban vidas. Son retratos de la miseria, creciente a ritmo exponencial, que sufre la nación suramericana.
Reconocidas organizaciones defensoras de los derechos humanos y la salud pública, como Human Rights Watch y Médicos Sin Fronteras, entre otras, se muestran alarmadas por las condiciones imperantes en los hospitales venezolanos.
El fenómeno afloró en años recientes a vista y paciencia del populismo político y el gobierno autoritario. El chavismo siempre quiso elevar el nivel de su medicina como evidencia de una supuesta victoria social. La fraternal vinculación con Cuba y el imaginario hospital universal de Fidel Castro fueron llamados a intervenir con ese objetivo.
Mas las fotografías y los relatos de la prensa independiente no han podido ser rebatidos. La práctica de estigmatizar reportajes noticiosos adversos tiene hoy severas limitaciones. Asimismo, la fuente y origen de las informaciones han demarcado la zona fronteriza entre la verdad y el amarillismo.
Un reportaje del New York Times, fechado el 16 de mayo, pone a prueba las reiteradas falacias del régimen de Nicolás Maduro. Las fotografías y declaraciones confirman la tragedia en el hermano país. El prestigioso diario cita a una cirujana del hospital de niños de Los Ríos, quien resume así la catástrofe: “Hay pacientes muriendo por falta de medicamentos, niños muriendo de malnutrición y otros que mueren por falta de personal médico”.
Otros testimonios médicos señalan la ausencia de tanques de oxígeno, la abundancia de equipos descompuestos de radiografía y diálisis renal y, en particular, la falta de camas. Hay pacientes casi desnudos tirados sobre los pisos sucios de los salones y en recintos de cirugía inoperantes. Las farmacias carecen de artículos básicos para las cirugías y esa carestía se extiende a medicamentos en general.
Un informe de Médicos Sin Fronteras describe la situación de una joven madre cuya bebita de tres meses debía ser operada del corazón. Los médicos y cirujanos encargados de la cirugía le proporcionaron una lista de antibióticos, agujas quirúrgicas para suministrar líquidos intravenosos, vendas y un catálogo inacabable de otros productos necesarios para la intervención.
El hospital del informe, antaño de los más afamados en Caracas, no contaba con los artículos, por lo que la joven madre debió recurrir a farmacias desprovistas de inventarios y, ya desesperada, al mercado ilegal o paralelo cuyos precios se disparan sin límites a cada minuto.
La situación de los hospitales ofrece una ventana hacia la inmensidad de la tragedia venezolana. El petróleo lo maneja el gobierno y, con los bajos precios actuales, las prioridades del reducido ingreso no dejan lo necesario para la atención sanitaria.
La salida política no está siquiera a la vista. El régimen rechaza toda posibilidad de celebrar un referendo revocatorio del mandato de Nicolás Maduro y los obsecuentes tribunales impiden al Congreso, dominado por la oposición, ejercer sus atributos constitucionales, sin importar que estén contemplados en la carta fundamental redactada por los ideólogos del socialismo del siglo XXI, del cual ya nadie habla en América Latina. Hasta hace poco, las izquierdas criollas radicales lo ensalzaban como opción frente a los serios problemas regionales. Hoy, la realidad de los hospitales de Venezuela desmiente esos desvaríos.