El miércoles 17 de diciembre, el mundo fue sorprendido por los discursos paralelos del presidente estadounidense, Barack Obama, y el jefe de Estado cubano, Raúl Castro, en los que anunciaron el restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre ambos países, rotas desde 1961. Gracias a 18 meses de negociaciones secretas, alentadas por el Papa y el Gobierno de Canadá, se arribó a un acuerdo final que celebramos.
En enero de 1959, el dictador Fulgencio Batista huyó de Cuba y Fidel Castro asumió el poder, con carácter de primer ministro, el mes siguiente. Tras un ciclo de expropiaciones en perjuicio de capitales cubanos y empresas extranjeras, principalmente norteamericanas, y la salida de miles de cubanos hacia Estados Unidos y Europa, en 1961 se produjo el frustrado desembarco de bahía de Cochinos, que marcaría las relaciones entre los dos países por décadas.
En 1962, las tensiones crecieron con el incidente de los cohetes soviéticos emplazados en Cuba por Moscú, que tuvo al mundo al borde de la guerra nuclear. El episodio se resolvió mediante la repatriación del armamento a la URSS, y, por su parte, Estados Unidos clausuró una base en Turquía. En esa época también se produjo la expulsión de Cuba del Sistema Interamericano y el inicio del embargo estadounidense.
Años después, en 1990, a raíz de la implosión de la URSS, Cuba quedó ayuna de la ayuda enviada por ese país y, en particular, del petróleo. El divorcio provocó en La Habana una depresión económica difícil y prolongada. No obstante, el ascenso de Hugo Chávez al poder en Venezuela permitió revivir el intercambio de petróleo por una constelación de apoyos cubanos.
Pero el gobernante Raúl Castro tiene fama de astuto. Posiblemente intuyó la disminución del apoyo petrolero de Caracas y propició el viraje. Obama, por su parte, hizo un pragmático reconocimiento del fracaso de la política seguida por tantas décadas.
Todo esto perfila un hemisferio más despejado y saludable. Por ahora, en el panorama político de los Estados Unidos hay de todo. Los más conservadores aducen que la Casa Blanca debió exigir mucho más de La Habana, empezando por abrir el candado de los derechos individuales. Por otro lado, los demócratas liberales se felicitan por la brillantez política de Obama.
Pero los beneficios del restablecimiento de relaciones se verán robustecidos con acciones propias del Ejecutivo. Si bien el levantamiento del embargo comercial dependerá del Congreso, ya casi republicano, el presidente tiene facultades ejecutivas en diversos aspectos, lo cual posibilitará dar muestras prontas de los beneficios del arreglo con Cuba. Los tractores y los insumos para la agricultura y la construcción, telecomunicaciones, turismo, remesas y otros intercambios beneficiarán a cubanos y norteamericanos.
En abono al deshielo, sería apropiado traer a colación la normalización de relaciones con China y Vietnam. También es pertinente recordar cómo los experimentos del sistema de mercado llevados a cabo en países de la Europa central y oriental conllevaron un aflojamiento de los amarres represivos. Todas estas naciones pronto evidenciaron éxitos económicos sin precedente. El oleaje de divisas occidentales suavizó la ruta política heredada de los soviéticos.
Nuestros profundos deseos de un cercano arribo de la libertad y el pluralismo en Cuba. La agenda de los derechos humanos y las libertades políticas no debe ser abandonada en este momento de cambio.