La riqueza biológica de Costa Rica es asombrosa, tanto que nuestros científicos descubren una nueva especie cada dos días. Según sus cálculos, tienen trabajo para rato, porque hay unas 400.000 especies más por descubrir. La naturaleza es generosa y en alguna medida le hemos correspondido. Reservamos una proporción extraordinaria del territorio nacional para fines ecológicos, cultivamos en la niñez un alto grado de conciencia ambiental y desarrollamos mecanismos legales destinados a preservar y defender el entorno.
Son esfuerzos significativos y quizá nos brinden la satisfacción de salir airosos de una comparación con otras naciones de la región y el mundo, pero todos sabemos que son insuficientes. La edición especial de La Nación, el sábado pasado, celebró el Día Mundial del Ambiente con reportajes sobre la exploración científica de la riqueza biológica nacional, pero también destacó algunas de las más graves deficiencias en la administración de tan maravilloso privilegio.
Los costarricenses contaminamos con fruición y no sabemos qué hacer con la basura. Las iniciativas de reciclaje están confinadas al ámbito empresarial (y ni siquiera de la mayoría de las empresas), pero el esfuerzo de los particulares, hogar por hogar, brilla por su ausencia. Separar la basura según categorías de reciclables tampoco parece una tarea demasiado útil mientras los encargados de los desechos, en particular las municipalidades, no sepan manejar el resultado.
En demasiados cantones, el tratamiento de la basura es un concepto exótico y los vecinos contemplan la descarga de camiones en vertederos a cielo abierto. Al menos se trata de vertederos “formales”, donde el mal manejo de la basura está territorialmente delimitado, pero existen sitios no oficializados, entre ellos los ríos, donde la basura se trastoca en multiplicidad de riesgos, no solo sanitarios, sino también de inundación, entre otros.
Once mil toneladas diarias de basura encuentran su rumbo hasta esos destinos, algunos menos nocivos que otros y muy pocos del todo satisfactorios. Nydia Rodríguez, de la Fundación Terranostra, dedicada durante la última década a promover la limpieza de ríos y playas, asegura que solo un 30% de esos desechos deben ser considerados, en definitiva, basura necesitada de tratamiento en rellenos sanitarios adecuados para minimizar su impacto ambiental. Otro 30% son materiales orgánicos que deberíamos separar en casas, escuelas y empresas para darles el manejo correspondiente, y el 40% son materiales inorgánicos cuya vida útil puede ser alargada mediante el reciclaje.
De las 81 municipalidades, solo ocho tienen planes diseñados para el manejo de desechos sólidos y, de ellas, únicamente tres los han llevado a la práctica. Es una pobre respuesta a un problema verdaderamente dramático. El rezago no solo se constata en el plano de los gobiernos locales. La aprobación de la Ley de Gestión Integral de Residuos Sólidos en la Asamblea Legislativa es loable, pero la adopción de tal normativa a estas alturas del siglo no deja de causar asombro. Es hasta ahora que Costa Rica contará, por primera vez en su historia, con una clara definición de las responsabilidades de productores, consumidores, exportadores y comercializadores en la generación de residuos. Hasta ahora habrá un instrumento capaz de estimular a las municipalidades para promover la separación de desechos mediante el cobro de tarifas diferenciadas como premio al ciudadano colaborador. Hasta ahora, en fin, habrá sanciones en verdad rigurosas para el manejo irresponsable de desechos peligrosos.
La ley es un paso adelante, pero tardío. Es necesario recuperar el tiempo perdido y en ese empeño, conviene recordar la advertencia de Floria Roa, de la Escuela de Química del Instituto Tecnológico: “Creo que es un cambio en la dirección correcta, pero no sé si la sociedad costarricense esté preparada para hacerle frente.” La alusión es clara al cambio cultural y de hábitos de consumo indispensable para enfrentar el problema. Sin ese ingrediente, la ley, además de rezagada, tardará mucho en producir significativos efectos benéficos.