A lo largo de los siglos, pocas civilizaciones han dejado de ver en el deporte un medio para reforzar sus valores sociales. Como en nuestros tiempos, el deporte de la antigua Grecia preservaba la salud y desarrollaba destrezas físicas, pero tenía un fuerte componente religioso, atestiguado por los rituales intercalados con las competencias de las primeras olimpiadas.
En aquella sociedad, como en la nuestra, el valor del deporte no se circunscribía a sus obvios dividendos en términos de cultura física. Importaba, también, la dimensión mística surgida de la relación con las creencias religiosas y el reforzamiento de los valores del buen guerrero.
En Roma alcanzó su esplendor una verdadera cultura del espectáculo. Las invocaciones religiosas se hicieron más distantes y el deporte se practicó para disfrutarlo, pero los romanos no pasaron por alto su importancia como experiencia formativa ni como expresión de los valores imperantes en la más formidable potencia militar de su época.
En Mesoamérica, el juego de pelota y la cosmovisión de las culturas que lo practicaron son indivisibles. Los estudiosos por lo general coinciden en identificar fuertes simbolismos guerreros en la competencia, muy en consonancia con los valores sociales imperantes, incluida la aspiración de dominar a los pueblos vecinos.
Siempre, como ahora, el deporte fue mucho más que un medio de promoción de la cultura física. Era y es una forma de cultivar el espíritu y asentar valores cuya naturaleza varía de sociedad en sociedad, así como en el transcurso de los siglos. Vacías de ese contenido, las justas deportivas quedarían reducidas a una mera actividad física que, por sí misma, nunca habría alcanzado tanta preeminencia.
En tiempos modernos, la ideología del deporte se transmutó para reflejar nuevas y mejores aspiraciones. El mundo no abandonó la violencia y la guerra. Las practica más que nunca y, sin duda, con mayor capacidad destructiva, pero el deporte tomó distancia de los valores asociados con el impulso bélico para ponerse al servicio de la paz, la hermandad, el intercambio cultural y la honestidad.
Se espera del deportista moderno el juego limpio y el respeto al rival. El término “conducta antideportiva” se acuñó para describir cuanto se aparte de los nuevos y rigurosos códigos de comportamiento, reflejo de los valores sociales vigentes en las naciones modernas, aunque, desafortunadamente, no siempre expresados en la conducta de sus Estados.
Costa Rica ha invertido décadas en la búsqueda de coherencia entre su conducta como nación y lo mejor de esos valores. La abolición del ejército, la resolución pacífica de los conflictos, el respeto al prójimo, incluido el contrario, sea en la política o en cualquier otro quehacer social, son producto de un sistema de valores incorporado, cada vez con mayor firmeza, a nuestra nacionalidad.
Por eso causa profunda tristeza constatar cómo una parte de nuestros conciudadanos olvida los valores del deporte moderno, todos coincidentes con los de la sociedad costarricense, para expresar con violencia su repudio a lo sucedido en el partido de ida contra la Selección de los Estados Unidos, en el marco de las rondas eliminatorias para el Campeonato Mundial de Fútbol.
No poca responsabilidad nos cabe a los medios de comunicación y a las destempladas intervenciones de informadores y comentaristas, algunas repletas de símiles bélicos y violentas alegorías. Haríamos bien en moderarlas y recordar a nuestros conciudadanos que este país es mucho mejor que lo demostrado el martes con el lanzamiento de huevos contra el autobús de los jugadores estadounidenses.
Es preciso tener nuestros mejores valores presentes esta noche, en el Estadio Nacional, para no hacer el ridículo ante el mundo y mostrarnos capaces de actuar en consonancia con las normas de conducta que tanto decimos atesorar. Ningún resultado en la cancha vale más que eso.