Con la creciente atención mundial en la epidemia del ébola, el mortífero virus que se ha esparcido por África occidental, el azote de la violencia en Centroamérica ha debido pasar a un segundo plano en los temarios diplomáticos de las principales naciones del Oeste.
Con este trasfondo, algunas organizaciones que globalmente velan por la integridad de los derechos humanos han decidido retomar con mayor brío las denuncias sobre el crecimiento de la violencia en Centroamérica. En Estados Unidos, su palestra se encuentra en la capital, Washington D. C., así como en otros centros descollantes del mapa político norteamericano.
Por ejemplo, el Washington Post publicó, el pasado jueves, un interesante reportaje sobre la violencia generada por las maras y el narcotráfico que impele a miles de hondureños a buscar refugio y trabajo en Estados Unidos, al igual que lo hicieron familiares y amigos que exitosamente permanecieron en suelo norteamericano.
El fenómeno se multiplica debido al triángulo que integra Honduras con El Salvador y Guatemala, agobiados igualmente por similares patologías socioeconómicas. Este triángulo constituye un edén donde proliferan la droga y la violencia, males que lamentablemente encuentran su camino a Estados Unidos como destino final. La principal fuente informativa del reportaje es Human Rights Watch, cuyas tareas en el resguardo de los derechos fundamentales son ampliamente conocidas.
El cuadro del fenómeno migratorio hondureño es mucho más complicado. En el panorama están incluidos los niños que solitos cruzan la frontera sur de Estados Unidos y, en muchos casos, acaban siendo víctimas de la delincuencia que no cesa de hostigar a los humildes peregrinos. Sus familias debieron recoger hasta el último centavo para pagarle al coyote, personaje que está llamado a guiar y escoltar a los menores. Desde luego, en la riesgosa caminata, los coyotes suelen esfumarse y los menores quedan desprotegidos y a la suerte.
La historia, no obstante, presenta otros ángulos no menos temibles. Hay que considerar que Honduras es una de las naciones con mayor número per cápita de muertes en el planeta. Asimismo, el país es reconocido como un centro internacional de pandillas armadas, donde incluso adiestran a jóvenes en las oscuras artes del asesinato, el secuestro, el tráfico local e internacional de drogas y la trata de blancas, y la interminable lista de delitos conexos.
No hay forma de describir, de manera generalizada, el terror que sufren quienes intentan introducirse ilegalmente en Estados Unidos. Agreguemos que los reglamentos migratorios norteamericanos han sido diseñados para expulsar a los ilegales, sin ofrecer de antemano el beneficio previo de una entrevista que permita a los foráneos explicar su situación familiar y personal. Y, desafortunadamente, quienes adversan el relajamiento de las barreras, insisten en que los ilegales poseen el don de inventar toda suerte de historias y calamidades para suavizar al interrogador del caso.
Cuando se habla de la mano de obra que demanda la industria estadounidense, quienes abogan por el desalojo in situ subrayan la cultura criminal de las comunidades de las cuales proceden estos candidatos. En otras palabras, los pobres campesinos que conforman la mayoría de los inmigrantes ilegales son, en potencia, fuentes de criminalidad y adicciones, por lo que deben ser expulsados sin ulterior trámite.
En fin, hay argumentos en pro y en contra de agilizar los trámites migratorios. En todo caso, Human Rights Watch alega haber obtenido informes internos de la Administración de que, en el 2011 y el 2012, el 80% de los inmigrantes ilegales hondureños fue colocado en un proceso para agilizar la deportación, y menos del 2% recibió el beneficio de una entrevista a quienes reclamaban asilo por estar en peligro si retornaban. En cambio, tratándose de inmigrantes chinos, un 66% obtenía entrevista de asilo inmediata.
Los números totales de quienes arriban están en proceso de revisión. Sería muy interesante y beneficioso para todos comparar esas cifras con las correspondientes de Guatemala y El Salvador. En todo caso, aguardaremos las cifras finales. Sin embargo, todo este capítulo deja de antemano un sabor amargo.