La Asamblea Legislativa es un archipiélago en constante proceso de fraccionamiento, no solo por la cantidad de partidos representados en ella, sino por las fracturas internas, cuya profundidad y encono sobrepasa la normal manifestación de tendencias. Los desacuerdos de los últimos meses, sobre todo en los partidos de oposición, revelan irreconciliables diferencias ideológicas y personales.
El caso más reciente es el del Partido Accesibilidad sin Exclusión (PASE), donde las recriminaciones se desbordan hacia los estrados judiciales. Según el jefe de fracción, José Joaquín Porras, el presidente y fundador del partido, Óscar López, nombró asesores legislativos para procurarles un pago con fondos públicos sin exigir la prestación del servicio contratado.
López ya había denunciado un supuesto desfalco mediante la falsificación de su firma, y el secretario general de la agrupación, Hugo Navas, no duda al admitir que están “totalmente divididos”. La fracción consta de solo cuatro miembros, pero su importancia se magnifica por el control del directorio legislativo, cuyo presidente, Víctor Emilio Granados, critica a Porras, pero no disimula sus desacuerdos con López.
Granados atribuye la “pésima” situación de la fracción y el encarnizado intercambio de denuncias a la lucha por candidaturas para las elecciones del 2014. Seguramente tiene razón. En ausencia de programa u orientación ideológica, el PASE es un mero vehículo para acceder al Congreso y los gobiernos locales. No hay elementos de cohesión interna para contener la lucha de tendencias dentro de los cauces normales. El partido tiende a la autodestrucción.
En el Partido Acción Ciudadana (PAC), la falta de claridad en las definiciones desembocó, paradójicamente, en una pugna ideológica de contornos bien delineados. En aras de ser inclusiva, la agrupación descuidó las fronteras y un ala pronunciada hacia la izquierda se alzó con el control de la estructura. Los fundadores apenas reconocen en las manifestaciones de esa estructura los elementos de su original proyecto político.
Ottón Solís, fundador y tres veces candidato del PAC observa el desarrollo de los acontecimientos detrás de un mecate tendido para separarlo de la mesa directiva, abandona el más importante órgano de conducción política y sus propuestas fracasan en las asambleas partidarias. Alberto Cañas, fundador, ex presidente y fuente de inspiración, denuncia la presencia de chavistas, anuncia su retiro de la agrupación y solo permanece cuando Solís se lo pide para intentar la recuperación.
Los responsables de los órganos de dirección intentan disimular las diferencias y niegan el distanciamiento ideológico, pero ningún miembro de la corriente fundacional ha dejado de reconocerlo. En la Asamblea Legislativa, el PAC tiene dos fracciones que reflejan la pugna interna. Cinco diputados son “ottonistas” y seis se ubican en el bando contrario, aunque no todo es acuerdo entre ellos. Tres votaron a favor del plan fiscal, uno de los grandes motivos de desacuerdo.
El Movimiento Libertario es dueño de una personalidad bien definida. Su coherencia ideológica apenas se puso en duda con la relativa moderación del mensaje escogido para las últimas elecciones. El giro molestó a un grupo de partidarios, pero las diferencias más importantes se manifestaron en torno a los cuestionamientos del manejo financiero. Dos diputados se rehusaron a alinearse con el liderazgo tradicional y la legisladora Patricia Pérez da muestras de criterios cada vez más independientes.
La Unidad Socialcristiana, otrora poseedora de los elementos estructurales e ideológicos necesarios para encauzar las divergencias, hoy se debate entre una corriente tradicionalista y otra renovadora, incapaces de alcanzar acuerdos sobre aspectos esenciales de la vida partidaria. En la Asamblea Legislativa los integrantes de su fracción apenas logran disimular las diferencias.
Las fracciones unipersonales de los partidos cristianos son, en sí mismas, producto de una división ocurrida antes de las elecciones del 2010. Justo Orozco y Carlos Avendaño se reunieron alguna vez bajo el alero de Renovación Costarricense, pero el surgimiento de diferencias insalvables desembocó en la creación del Partido Restauración Nacional.
El Frente Amplio es quizá el único ejemplo de total coherencia ideológica y unidad partidaria. Su representación unipersonal en el Congreso es también una con los órganos de decisión internos, pero su peso político es reducido.
Frente a la dispersión, el Partido Liberación Nacional permanece como el único capaz de resolver sus grandes –y en ocasiones graves– contradicciones internas en el marco de una orientación ideológica y una estructura partidaria aptas para preservar la unidad.
La división entre aristas y chinchillistas se manifestó con fuerza los primeros dos años de la actual administración, pero la comunidad de intereses, según se acercan las elecciones y se incrementan los ataques al Gobierno, atrae a las diversas fuerzas hacia el núcleo esencial del partido.
Eso no le resuelve el problema al Gobierno. En la oposición el panorama es desolador y su análisis explica la ausencia de una contribución legislativa a la gobernabilidad. El Ejecutivo está en permanente búsqueda de interlocutores válidos, no ya en la oposición, sino en el interior de cada una de sus partes y subdivisiones. El diálogo político, en esas condiciones, es una tarea titánica.