El Día Internacional de la Mujer, más que una celebración, es una oportunidad para reflexionar sobre la condición de la mitad de la humanidad, una mitad situada durante siglos en desventaja por prejuicios y roles diseñados para reproducir, de generación en generación, relaciones de sometimiento y exclusión.
A la fecha, el avance de la mujer en su justa lucha por la igualdad es dispar. En muchas regiones subsiste la barbarie de las mutilaciones físicas. En otras, la mutilación es espiritual y cercena la oportunidad de desenvolverse en la sociedad con dignidad e independencia. Costa Rica está lejos de esos abusos y en el contexto latinoamericano se sitúa entre los países de avanzada, pero vale la oportunidad para señalar lo mucho que falta por hacer.
Por cada hombre costarricense, hay 1,26 mujeres con título universitario. Son números prometedores para el futuro y sería injusto negar las consecuencias benéficas de esas cifras en la sociedad actual, pero acto seguido de celebrarlas, es indispensable señalar la falta de correspondencia entre la participación femenina en los estudios superiores y su participación real en la distribución de los ingresos. En el caso de la mujer, la promesa de recompensa al esfuerzo de educarse no se cumple a cabalidad.
Recientes estudios sobre la brecha entre géneros ubican a Costa Rica en el vigésimo octavo lugar en el mundo, pero a la hora de medir la remuneración obtenida por el mismo trabajo, el país se desliza hasta el puesto 72, pues las mujeres ganan, por desempeñar la misma tarea, el 66% del ingreso obtenido por los hombres.
La desigualdad salarial, amén de una ofensiva injusticia, es mala economía. Ahí están, para demostrarlo, los países escandinavos, Islandia, Noruega, Finlandia y Suecia, que ocupan los primeros cuatro lugares de la clasificación general de la brecha de género y también de la justicia salarial. Quizá por eso son países ricos, pues aprovechan el talento y esfuerzo de la totalidad de su población y no solo de la mitad.
Costa Rica ha desplegado esfuerzos importantes para la incorporación de la mujer a la política y uno de los éxitos relevantes en ese campo es la elección de la primera presidenta, doña Laura Chinchilla. No podemos presumir de habernos adelantado, porque otras naciones de Latinoamérica, incluida la vecina Nicaragua, fueron gobernadas por mujeres con años de antelación. Sin embargo, ninguna de esas naciones compite con la nuestra en cuanto a la extensión y profundidad de la participación femenina en la política y el Gobierno. Estamos en el decimoprimer puesto en cuanto a presencia de mujeres en el Parlamento y en el decimosegundo en lo tocante al Gabinete
De nuevo, en este caso, de tanta importancia estratégica como la educación para conseguir la equidad de género, la ventaja costarricense es solo relativa porque, medida en relación con la totalidad de la administración pública, la participación de la mujer sigue siendo baja: por cada hombre, solo hay 0,44 mujeres en cargos estatales.
En el frente doméstico, Costa Rica debe avergonzarse de la persistente violencia dirigida contra la mujer. En este punto ni siquiera vale la pena fijarse en la posición del país relativa a la región o al resto del mundo. Es una lacra inaceptable, cuya erradicación exige acciones decididas del Estado. Entre las entidades llamadas a combatirla, la Policía ocupa un lugar prominente.
Por eso hemos manifestado especial preocupación, en este espacio, por las denuncias de acoso sexual manadas del Ministerio de Seguridad Pública y aplaudimos recientes iniciativas para erradicar ese comportamiento.
Los puntos señalados no agotan las deudas del país con la equidad, pero representan tres áreas de capital importancia cuya solución no puede ser confiada al paso del tiempo y exige sumar esfuerzos a los hasta ahora desplegados, suficientes para mostrar avances en términos relativos, pero todavía lejanos de conseguir la justicia.