En su reciente visita a la capital norteamericana, donde pronunció un emotivo discurso ante una sesión conjunta del Senado y la Cámara de Representantes, y de nuevo en el pleno de la ONU, en Nueva York, el papa Francisco hizo hincapié en los principios del humanismo que necesitan ser fortalecidos a cada paso y en toda instancia del quehacer político. En este capítulo, se refirió al problema de los inmigrantes que mantiene preocupados a los Estados Unidos y a las naciones europeas. “Todos somos inmigrantes”, reiteró el Pontífice.
A este respecto, lo que para Washington es el tema siempre latente de los inmigrantes ilegales procedentes de México y Centroamérica, para Europa Occidental constituye una monumental crisis derivada del masivo arribo de miles de refugiados sirios. Además, hay cuatro millones de emigrados sirios que aguardan refugio en Jordania, Líbano y Turquía, así como ocho millones de desplazados internamente en Siria que buscan sitios más seguros, apunta Michael O’Hanlon, del Brookings Institution en Washington.
No cabe duda de que la guerra en Siria es la fuente predominante y creciente de los refugiados que intentan ingresar a los países más prósperos de la Comunidad Europea, sobre todo Alemania. Su jefe de Gobierno, la canciller Ángela Merkel, hace poco anunció que la República Federal esperaba dar asilo a ochocientos mil refugiados sirios este año.
Es necesario señalar que en la Europa contemporánea pareciera que una cosa es decir y otra muy diferente hacer. No dudamos de la buena fe y el espíritu humanitario de la gobernante germana, mas los choques entre las potencias centrales de la Comunidad en torno a cuántos refugiados aceptará cada una de ellas han generado una densa niebla donde es fácil perderse.
Sabemos de la reticencia de Hungría, incluso para permitir el tránsito de refugiados a otras naciones que no son destino, sino punto de paso. Cabe destacar que el gobernante húngaro, Víctor Urban, ha impuesto un orden interno más inclinado a la derecha radical de la cual proviene. Y así llegamos al desconcertante espectáculo de la Comunidad Europea disputando en su seno las asignaciones formuladas hace pocos días. Alemania mantiene el número prometido. Tan decepcionante ha sido el debate, que Estados Unidos ofreció cabida a diez mil inmigrantes, a todas luces un número simbólico.
El problema de fondo sigue siendo la guerra en Siria, que ha tomado un nuevo curso con la expansión de la presencia rusa en ese país. En el puerto de Latakia y su base naval adjunta, Rusia ha entronizado su poderío militar con personal, modernos armamentos y hasta dos docenas de cazas. Su finalidad aparente es resguardar al régimen de Bashar al-Asad, cuyo territorio se ha encogido a una tercera parte de lo que era originalmente.
Esta movida en el ajedrez sirio pareció tomar por sorpresa a la Casa Blanca. La principal motivación de Moscú ha sido capitalizar la titubeante política exterior de Barack Obama, por una parte, y consagrarse como el de las grandes decisiones en la conflictiva zona, por otra. El gobernante israelí, Benjamín Netanyahu, posiblemente anticipó lo que se venía y visitó a Vladimir Putin, con quien acordó crear un órgano de coordinación militar en Siria y, sobre todo, en el vecindario de Israel que combate al movimiento terrorista libanés Hizbulá. Detrás vinieron las instancias súbitas de Obama para reunirse con Putin, con quien finalmente coincidirá en la Asamblea General de la ONU.
Este cuadro es complejo y, en lo que respecta a los migrantes sirios, muy doloroso. Nada a la vista ofrece una solución aceptable y justa.