En el papel, somos cuasi europeos en lo tocante a tolerancia frente a la contaminación del aire. Los lineamientos nacionales no admiten, como los del Viejo Continente, más de 40 micrómetros por metro cúbico de partículas contaminantes, cuyo ingreso al organismo por medio de la respiración es causa de graves enfermedades y llega a producir la muerte. Esos son los lineamientos pero, en la práctica, respiramos un aire cuyo contenido de contaminantes alcanza hasta 50 micrómetros por metro cúbico.
Eso es en promedio en la Gran Área Metropolitana (GAM), porque en La Ribera de Belén se llega a 55 micrómetros y en San Vicente de Moravia apenas hay 20. Este último es el único cantón capaz de medirse con los estándares de la Organización Mundial de la Salud (OMS), más estrictos que los europeos. San Vicente está en el límite preciso fijado por la OMS y se calcula que, aparte de ahorrarse muchos sufrimientos, Costa Rica economizaría $17 millones invertidos en atender bronquitis, además de los gastos en tratar otras afecciones, si lograra esos niveles de pureza del aire de la GAM.
Pero en el país de la ecología y la generación de energías renovables, el principal contaminante del aire es el transporte, insuficiente en su versión colectiva, excesivo en la individual y mal controlado en ambas. El problema plantea tantas aristas como buenos propósitos se han formulado para enfrentarlo.
Hay, por ejemplo, programas para sacar de la circulación los vehículos antiguos y demasiado contaminantes. Los bancos financian la compra del nuevo auto y aceptan el viejo como parte de la transacción, con el único objetivo de convertirlo en chatarra. Sin embargo, la importación de vehículos demasiado viejos sigue abasteciendo el mercado de autos que, si no son un problema actual, no tardarán en serlo.
También hay iniciativas para dotar a la capital de transporte público limpio. Los trenes interurbanos y el tranvía son proyectos que, quizá a fuerza de persistencia, puedan llegar a concretarse. Urgen posibilidades de transporte de ese tipo y mientras más atractivas, mejor, no solo para los usuarios, sino también para el ambiente. El alcalde Johnny Araya, impulsor del tranvía, suele repetir la frase de Enrique Peñalosa, exalcalde de Bogotá: “Una ciudad avanzada no es en la que los pobres pueden moverse en carro, sino una en la que incluso los ricos utilizan el transporte público”.
Existe en el país el control de emisiones, centralizado y eficiente, pero ayuno del necesario complemento de la vigilancia en las calles. La Policía de Tránsito no da abasto y aunque posee los equipos necesarios, no puede ejercer una vigilancia adecuada sobre las emisiones y la contaminación del aire. La falta de supervisión vial se lamenta con más frecuencia cuando salen a relucir las crecientes estadísticas de muertes accidentales, pero el caos imperante también tiene un impacto silencioso sobre la salud de la población, como lo demuestra el estudio de contaminación del aire encargado por el Ministerio de Ambiente y Energía al Centro Agronómico Tropical de Investigación y Enseñanza (Catie), del cual extrajimos los datos utilizados para nuestra información del 9 de junio sobre la contaminación en la Gran Área Metropolitana.
Los conductores se las arreglan para pasar las pruebas de revisión técnica y, superada esa preocupación, nada temen. Hay talleres especializados en instalar piezas provisionales que son desmontadas y sustituidas por las originales cuando el propietario del vehículo obtiene el marchamo.
Además, hay en la Asamblea Legislativa proyectos de ley para estimular la adquisición de automóviles híbridos y eléctricos. Esas iniciativas han sido centro de sonadas polémicas. Urge aprobar alguna versión para abrir las puertas a las mejores tecnologías y la información necesaria para tomar una buena decisión es fácil de obtener.
El estudio del Catie nos debe alarmar a todos. Sin descuidar otras fuentes de contaminación del aire, el país debe enfrentar el transporte, su principal problema, y solo podrá hacerlo con una combinación de los esfuerzos señalados, junto con otros, como la mejoría de la red vial. Es un tema de salud y, en algunos casos, de vida o muerte.