Desde que el pasado año la Asamblea General de la Organización de Estados Americanos (OEA), celebrada en Asunción, Paraguay, aprobó una “visión estratégica” para aclarar su esencia, fortalecer su desempeño y orientar su actividad, se abrió una ruta formal para emprender la impostergable renovación interna.
En setiembre siguiente, el Consejo Permanente adoptó una serie de objetivos estratégicos centrados alrededor de cuatro pilares: la democracia, los derechos humanos, el desarrollo integral y la seguridad multidimensional del hemisferio. Además, estableció metas para el fortalecimiento institucional y administrativo, orientadas a racionalizar el uso de los recursos financieros y vincularlos más directamente a los objetivos trazados.
Este proceso culminó en la etapa resolutiva, hace poco más de una semana durante una nueva Asamblea reunida en Washington, y se adoptó un proyecto de resolución con lineamientos y fechas para emprender el cambio. Además, el 26 de mayo, el excanciller uruguayo Luis Almagro asumió como nuevo secretario general, con un mensaje de renovación que reiteró, con mayor detalle, en el curso de la Asamblea.
El alto funcionario prometió que la estructura y funcionamiento de la OEA actuarán de manera “completamente consistente con los pilares y visión estratégica” de la organización; anunció la instauración de “una cultura de resultados”; se refirió a la necesidad de “mejorar la coordinación del Sistema Interamericano”, y de este con otras entidades hemisféricas, sobre todo aquellas que tienen carácter especializado, como el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y la Organización Panamericana de la Salud (OPS). A lo anterior sumó su compromiso con mejorar y modernizar la gestión y los procesos administrativos, y la posibilidad de proceder a “la eliminación, la revisión y la creación” de algunas secretarías.
Todas estas decisiones y señales indican que estamos ante un momento propicio para que la Organización de Estados Americanos pueda dar un salto en relevancia, impacto, eficacia y eficiencia, tras varios años –más bien, décadas— de irregular desempeño. Las intenciones, sin embargo, solo podrán cuajar a plenitud con un ingrediente adicional clave. Nos referimos al apoyo político de los Estados miembros, no solo para poner en marcha la reforma interna de la entidad, sino, sobre todo, para dotarla de mayor músculo para el cumplimiento de sus tareas sustantivas, reflejadas en los cuatro pilares estratégicos: impulso a la democracia, los derechos humanos, el desarrollo y la seguridad integral de los países americanos.
Hasta ahora ese apoyo no solo ha sido débil; sino que, peor aún, algunos países de corte autoritario se han dedicado, sistemáticamente, a erosionar el desempeño de la OEA. Ecuador ha llevado la batuta para eliminar la independencia del sistema de derechos humanos, que constituye el área más robusta de la organización. Este mismo país, junto con sus socios Bolivia, Nicaragua y Venezuela, han hecho lo posible por diluir los componentes más específicos de la Carta Democrática Interamericana, lo mismo que para entorpecer la supervisión electoral de la OEA durante sus procesos electorales.
Tenemos serias dudas de que su actitud cambie. Por ello, lo que se impone es que los países verdaderamente democráticos y realmente comprometidos con un mejor futuro para la entidad y el hemisferio fortalezcan su participación, mejoren la coordinación y puedan, de este modo, neutralizar a los saboteadores e impulsar una genuina renovación.
Costa Rica se ha mantenido en la primera línea de estos esfuerzos. La acción de la anterior y la presente administración ha sido fundamental para defender la integridad de los entes que velan por los derechos humanos: la Corte, la Comisión y sus Relatorías, sobre todo la de libertad de expresión. En su discurso ante la Asamblea el lunes 15, el canciller, Manuel González, se comprometió con el cambio y destacó los aportes de la OEA a la democracia, los derechos humanos y la lucha contra la corrupción. Este es el camino a seguir. Si una mayoría de países también deciden recorrerlo con vigor, la reforma y el fortalecimiento de la OEA podrá hacerse realidad; si no, las resoluciones adoptadas y la voluntad del secretario general chocarán, muy pronto, con limitaciones insalvables.