El reducido éxito de la primera administración Obama en la revitalización de la economía estadounidense, obliga al presidente y sus principales colaboradores a dar un notable salto intelectual en este segundo periodo al frente del Ejecutivo.
En sus días senatoriales, seguidos de su exitosa campaña presidencial del 2008, Obama devino en escudero de sindicatos y otros adversarios de la apertura comercial impulsada por su antecesor en la Casa Blanca, George W. Bush.
Obama fue un triunfador con agallas en ambos torneos (2008 y 2012) por la presidencia norteamericana. En sus briosos discursos de la primera competencia, solía enarbolar los mensajes de la centrales obreras para las que el libre comercio conduciría irremisiblemente a cuantiosas pérdidas de empleos estadounidenses. Este sentimiento era compartido por sectores de la población norteamericana afectados económicamente por la contracción del mercado laboral. Asimismo, numerosos legisladores fracasaron en sus intentos de reelección debido al respaldo que otrora brindaron a los polémicos tratados comerciales.
El Tratado de Libre Comercio con Centroamérica y la República Dominicana (D-Cafta) fue aprobado en una ajustada faena en el Capitolio durante la presidencia de Bush. En cambio, los correspondientes a Panamá y Colombia, también suscritos en la administración saliente, no pudieron progresar hacia la oficialización debido a las objeciones en el Capitolio. Similar trayectoria tuvo el convenio con Corea del Sur, suscrito por la administración Bush, al cual, tras incontables modificaciones, Obama le dio pase.
Finalmente, el decaído panorama económico de Estados Unidos y el acertado cabildeo de Colombia y Panamá, agilizaron la aprobación de sus tratados en el Capitolio y la Casa Blanca.
Las presiones sobre la Casa Blanca debido a la expansión de las depresivas circunstancias económicas son grandes. También han surgido situaciones preocupantes para el comercio internacional en India, China y otros países de peso en Asia y África. Las dimensiones globales del decaimiento económico y sus repercusiones políticas alientan un sentido de mayor urgencia en Washington.
La respuesta de la Casa Blanca ha sido intensa en la forma de propuestas comerciales de grandes alcances, impensables hasta hace poco. Uno de estos proyectos es la negociación en marcha de un tratado que integraría a Estados Unidos y la Unión Europea, creando la mayor zona de libre comercio del mundo.
Otras discusiones activas versan sobre un foro del Pacífico que integraría a Estados Unidos con México, Canadá, Vietnam, Corea del Sur y Japón. También hay conversaciones para liberalizar el sector de servicios de 47 países, entre ellos Estados Unidos y otras economías de alcances globales.
El recuento prosigue y apunta a inéditas realidades en la economía internacional. También subraya el cambio que se ha operado en Obama, hasta no hace mucho aliado de los sindicatos norteamericanos. Su papel central en el surgimiento de una serie de instituciones mundiales resalta la emergente perspectiva del mandatario norteamericano. Esto, a su vez, plantea interrogantes sobre lo que sucedería con futuros mandatarios en el novedoso contexto que ahora se perfila.
Obama y sus colegas han asumido el liderazgo de una inmensa agenda que ahí estará, ojalá, para mejorar la condición del mundo y la humanidad. Es, en realidad, una agenda y un desafío para avanzar en muchos capítulos del quehacer humano.
La nueva estrategia que perfila la Casa Blanca es guiada por la innovación constante y sin par de Estados Unidos, conexa a su vanguardia en tecnología, así como por su adelanto contundente en la rama de los servicios. Desde luego, los temores persisten con respecto a la actividad de manufactura tradicional, un flanco riesgoso para Estados Unidos en términos de empleos.
Sin embargo, la gama de potenciales socios comerciales para los novedosos tratados subraya que la mayoría de los participantes ambiciona las ventajas del tamaño y expansión del mercado estadounidense, sobre todo en el caso de los socios menos desarrollados.
Por otra parte, la insistencia de Estados Unidos en eliminar o aminorar restricciones localistas que abundan en los nuevos mercados, demuestra una actitud de mayor confianza en sus capacidades.
La ubicación del equipo de negociadores en el ala occidental de la Casa Blanca subraya el interés del presidente en que la competencia prosiga de manera intensa y expedita. Este panorama, tan diferente del que prevaleció en la campaña del 2008, se espera resulte clave para captar votantes norteamericanos en futuros torneos electorales.