Un mundo horrorizado ante el secuestro de más de 200 niñas escolares en Nigeria también ha sido testigo de la lentitud y escasa atención de las autoridades a este macabro capítulo del terrorismo en África. Los hechos, ocurridos a mediados de abril solo llegaron a ser conocidos por el público hace pocos días, gracias a la acuciosidad de la prensa.
Interpelado por la ciudadanía y los principales Gobiernos occidentales, el presidente nigeriano Goodluck Jonathan, en su primera declaración pública acerca del expolio, confesó desconocer el lugar donde las víctimas están cautivas. Paralelamente al anuncio, una cadena de explosiones en Abuja, la capital, donde se realizaría poco después el Foro Económico Mundial sobre África, se tradujo en violentas protestas en todo el país.
Con posterioridad a la declaración presidencial sobre el secuestro, el jefe del grupo terrorista islámico Boko Haram, llamado Abubakar Shekau, reclamó la autoría del crimen y advirtió que las jovencitas serían vendidas como esclavas conforme a la ley coránica. El mismo grupo se responsabilizó, en el curso de la semana pasada, de grotescas matanzas de centenares de personas en pequeñas poblaciones en el noreste de Nigeria.
Nigeria es la mayor economía de África y posee vastas reservas de productos altamente cotizados en el mercado internacional, desde carburantes hasta metales y piedras preciosas. Para desarrollarlas, sin embargo, necesita grandes inversiones, pero el clima de intranquilidad no alienta el ingreso de capitales. Cerca de 2.000 asesinatos en el curso del presente año testimonian los fundamentos del temor de los inversionistas.
Boko Haram se desarrolló en la década pasada, nutrido por el descontento entre sectores marginados del país. Sus reclutas solían recibir adiestramiento en Argelia y Somalia, amparados por Al Qaeda. Paulatinamente, la radicalización del grupo y sus acciones cruentas involucrando a la niñez y a los pobres causaron un intenso repudio general que Al Qaeda y otras agrupaciones extremistas no deseaban atraer, por lo que han tomado distancia de Boko Haram.
La estructura de la agrupación nigeriana es fluida y pretende propiciar células en naciones vecinas, particularmente Camerún. Los radicales suelen deslizarse por regiones montañosas para adherirse a otros núcleos de su agrupación en naciones cercanas, por lo que se dificulta capturar a los responsables de crímenes. Por otra parte, el secretismo predomina en la red nigeriana, alentado por la figura de su máximo líder, quien dice hablar con seres celestiales.
Los hechos ocurridos en Nigeria han conmovido al mundo, y naciones como Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia han despachado unidades especializadas en este tipo de operaciones. De igual manera, los crímenes perpetrados por Boko Haram no son exclusivos de esa camarilla de insurgentes islámicos ni tampoco del territorio africano.
Sin ir muy lejos, el miércoles, La Nación informó sobre el asesinato, en Honduras, de jóvenes que rehúsan incorporarse a las maras. En solo un mes, ya alcanza 17 el número de estos homicidios, que en algunos casos son realmente infanticidios. Esta ola criminal ha provocado ira en las comunidades. Según organizaciones humanitarias, el promedio mensual de asesinatos en el presente año ha llegado a 86, más que en el año pasado.
El presidente hondureño, Juan Orlando Hernández, quien asumió el cargo recientemente, ha diseñado planes de acción contra este embate social. Ojalá tenga éxito para restarles sufrimientos a humildes hogares hondureños que así pierden a sus hijos, lo más valioso de sus vidas. Ni en América Central ni en el continente africano deben la juventud y niñez estar sometidas a semejantes atrocidades.