Las tres principales agencias recolectoras de inteligencia de los Estados Unidos coinciden en denunciar los ataques cibernéticos rusos contra los partidos políticos mayoritarios y algunas de sus principales figuras. El único desacuerdo es sobre las motivaciones y los efectos deseados.
La Agencia de Seguridad Nacional (NSA) y la Agencia Central de Inteligencia (CIA) coinciden en atribuir a los rusos el propósito específico de favorecer la candidatura de Donald Trump. Señalan, entre otros elementos de análisis, el éxito de las intromisiones en los servidores de ambos partidos para la difusión exclusiva de datos perjudiciales para la candidatura de Hillary Clinton.
Aun cuando la información divulgada salió de la computadora de un republicano prominente, como el general Colin Powell, los datos parecen celosamente escogidos para dañar a la candidata demócrata. En el caso del exsecretario de Estado, los mensajes dados a la publicidad se referían de modo poco halagador al escándalo del servidor privado utilizado por Clinton cuando ejerció el mismo cargo.
El Buró Federal de Investigaciones (FBI) coincide en la existencia de los ciberataques rusos, pero se queda corto de atribuirles la intención de favorecer a Trump. A diferencia de las otras dos agencias, dice el FBI, a ellos les corresponde llevar a cabo investigaciones de actividades criminales y en esa tarea solo pueden llegar a conclusiones respaldadas por pruebas aptas para servir en un proceso penal.
El debate sobre la intención de los rusos está en su apogeo y, cuando menos, se les atribuye el deseo de deslegitimar el proceso electoral estadounidense. Cada vez son menos las voces críticas de los hallazgos de las agencias de inteligencia, aunque las conclusiones se presten para la discusión.
La gravedad de los hechos, no importa cuales hayan sido las intenciones, es innegable. Por eso hay esfuerzos bipartidistas para iniciar una investigación legislativa. El presidente Barack Obama ordenó un informe completo para ser entregado antes de su abandono del cargo en enero. La premura implica dudas sobre el empeño de la próxima administración, si la investigación queda a su cargo. Una preocupación similar se advierte en el Congreso.
Es imposible que el presidente electo conceda crédito a un complot ruso para favorecerlo en las elecciones. Por eso sus reacciones han sido inéditas. Trump puso en duda las conclusiones de los centros de recolección y análisis de inteligencia y señaló que se trata de las mismas personas que informaron, erróneamente, de la existencia de armas de destrucción masiva en los arsenales de Sadam Huseín.
La respuesta del presidente electo encendió de nuevo el debate entre quienes sostienen que la inteligencia de aquel entonces fue defectuosa y quienes acusan a la Casa Blanca de haberla leído selectivamente para respaldar el propósito preconcebido de invadir Irak. En cualquier caso, el daño está hecho, porque el próximo presidente salió a desautorizar a las agencias de inteligencia cuyo criterio es vital para conducir la política exterior. Al mismo tiempo, abrió una grieta con los legisladores de su partido que insisten en investigar la amenaza a la seguridad nacional planteada por tan audaces acciones rusas.
Las conclusiones de los organismos de inteligencia también encienden los ánimos de la oposición demócrata y siembran dudas sobre un proceso electoral de cualquier forma causante de grandes brechas en la sociedad estadounidense. Hayan tenido la intención de mantener a Hillary Clinton fuera de la Casa Blanca o más bien el propósito de inquietar el proceso electoral, los hackers rusos parecen haber conseguido infligir un daño que durará mucho más allá de la inauguración del presidente Trump.
Al resto del mundo solo le queda reflexionar sobre los peligros de la guerra cibernética. Si la principal potencia mundial sufre hoy las consecuencias, países indefensos, como el nuestro, no pueden sentirse confiados. Un ataque cibernético paralizó a Estonia y ya se habla de posibles intervenciones en las próximas elecciones alemanas. Los riesgos son enormes para las democracias.