La República de Corea es una próspera democracia, siempre amenazada por su vecina totalitaria del norte e inevitablemente inmersa en las más intensas disputas geopolíticas. Ahora, el desenfreno de su clase gobernante y los quebrantamientos éticos y legales de la cúpula desatan una crisis interna que no podría ser más inoportuna, de cara al agresivo comportamiento de Kim Jong-un y el traspaso de poder en los Estados Unidos.
Basta mirar el vecindario y las constantes tensiones con Corea del Norte para justificar las preocupaciones suscitadas en las capitales occidentales por la inestabilidad del gobierno de Park Geun-hye.
Las inmensas manifestaciones públicas de días recientes testimonian el repudio popular a la presidenta, hija del polémico dictador Park Chung-hee, asesinado en 1979 por su amigo y director de los servicios secretos luego de 18 años en el poder, durante los cuales el país experimentó un vertiginoso crecimiento económico.
El reclamo popular contra la presidenta se centra en sus relaciones con una amiga, Choi Soon-sil, a quien los fiscales acusan de intromisión en asuntos de gobierno, acceso ilícito a informaciones secretas y obtención de cuantiosos fondos de grandes empresas coreanas mediante tráfico de influencias y presiones indebidas.
En una de sus más criticadas maniobras, Choi estableció una serie de fundaciones fantasma para las que pidió a prominentes empresarios donativos multimillonarios, citando el nombre de Park y haciéndose llamar asesora presidencial.
Las relaciones de la presidenta con Choi han sido vistas con recelo por la ciudadanía surcoreana desde meses atrás, pero la mandataria no da señales de entregar el poder y combate con ahínco los intentos de someterla a juicio político. Eso ha exacerbado las protestas que convocan a cientos de miles de personas.
En la insatisfacción de los votantes también pesa el percibido descuido de deberes fundamentales de la presidenta, que desapareció durante horas de la escena pública cuando el hundimiento de una embarcación causó 300 muertos.
Las investigaciones policiales sacaron a luz el dominio que el padre de Choi, autodenominado el “Buda Moderno”, llegó a ejercer sobre Park. El hombre fundó una religión que combina el cristianismo, el budismo y las creencias en los chamanes, la cual exigía cuantiosas contribuciones del público para alcanzar la salvación eterna.
Choi está detenida por sus abusos y la presidenta, en un discurso televisado el domingo pasado, ofreció disculpas al país. Negó haber actuado con intención delictiva, pero brevemente hizo referencia a que la amiga vio algunos documentos reservados en su despacho.
La presidenta goza de inmunidad total hasta el final de su gestión en el 2018, excepto por los delitos de insurrección y traición a la patria. En las presentes circunstancias, lo único que podría desalojarla del poder sería un juicio político ante la Asamblea Nacional, cuyo resultado debería ser ratificado por la Corte Constitucional. Sin embargo, Park conserva aliados entre los diputados de su partido de derecha.
Eso y la proximidad del fin de su mandato, en poco más de un año, hace pensar que la mandataria intentará ganar tiempo, pese a la catástrofe de su impopularidad, confirmada por numerosos sondeos. Al desafortunado affaire que mantiene en jaque a Park se le llama el “Choigate” y no terminará antes de que la mandataria deje el poder por una u otra vía.
Mientras tanto, la inestabilidad en Corea del Sur magnifica los peligros en la península, donde el vecino del norte condujo, este año, cinco pruebas nucleares y lanzó más de veinte misiles como parte del programa armamentista que amenaza a Seúl, Japón y los propios Estados Unidos.