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Vieja profecía

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Hace algo más de medio siglo, hicimos un sencillo y aburrido ejercicio didáctico cuyo fin era calcular el volumen de una molécula de aceite. Depositamos cuidadosamente, en el centro de un recipiente con agua destilada, una gota de aceite, dejamos que esta se extendiera al máximo sobre la superficie en forma de una mancha circular –como las que llamamos ojos de la sopa–, luego medimos su diámetro y, con este y otros datos, hicimos los cálculos del caso. De paso, comentamos entre otras cosas que, a pesar de ser tan delgada –solo una molécula de espesor–, la capa de aceite era un aislante capaz de impedir el intercambio de oxígeno entre el aire y el agua.








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