La primera condición para que el gobierno y la oposición avancen en las dos dimensiones de la reforma fiscal (gastos e ingresos) es que dejen de enviarse cartas y se sienten a hablar en serio. El correo es bueno para la rigidez, pero lo que se necesita es fluidez. Generarla, junto con un margen de confianza básico, sería un logro.
Ya se han producido otras ganancias de método: fueron integradas las comisiones legislativas, definidos los proyectos que analizará cada una y aclarado que recibirán discusiones amplias, pero no infinitas. Y en la dimensión clave –los contenidos– se ha producido algún acercamiento. ¿Será posible, al fin, derribar barreras, tender puentes y avanzar sobre ellos?
Si he entendido bien, a pesar de la contaminación de palabras, imágenes, ruidos y humo desatados desde el 1.° de mayo, se han generado cambios importantes:
1) El gobierno desconoció el acuerdo PAC-FA, al igual que muchos diputados del primero; es decir, se liberaron de las posiciones más intransigentes. 2) La oposición se dio cuenta de que su plan inicial para racionalizar el gasto era un ornitorrinco sin futuro. 3) Como resultado, aceptó el proyecto de “regla fiscal” del Ejecutivo y adoptó el de ordenamiento de las remuneraciones y pensiones de la liberacionista Sandra Piszk. 4) Este texto goza de amplia aceptación, incluso del Frente Amplio; es la mejor base de discusión. 5) El acuerdo final sobre fraude fiscal solo depende de algunos detalles. 6) Sobre el IVA y los cambios en renta, las posiciones son cercanas entre la mayoría.
El uso o no de la “vía rápida”, que algunos presentan como un conflicto épico, es más ruido que nueces: la misma oposición está a favor de dársela a los proyectos del gobierno, una vez que los suyos (ya más consensuados) la reciban y estén aprobados en primer debate.
El gobierno, sí, ha revelado confusiones y contradicciones; la oposición no se ha quedado atrás, aunque en mucha menor medida. Algunos diputados quieren guerra, no acuerdos; los sindicalistas duros, también. Y aún existen profundas crispaciones y resentimientos.
Pero nada de lo anterior debería ser insalvable si los líderes responsables, que son más, al fin deciden separar polvo y paja, controlar los extremos y buscar el “subóptimo” viable y, quizá, cercano.
(*) Eduardo Ulibarri es periodista, profesor universitario y diplomático. Consultor en análisis sociopolítico y estrategias de comunicación. Exembajador de Costa Rica ante las Naciones Unidas (2010-2014).